La Palabra
En aquellos días,
después de esa tribulación el sol se oscurecerá, la luna no irradiará su resplandor,
las estrellas caerán del cielo y los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán
llegar al Hijo del Hombre entre nubes, con gran poder y gloria. Y enviará a los
ángeles para reunir a [sus] elegidos desde los cuatros vientos, de un extremo de
la tierra a un extremo del cielo. Aprended del ejemplo de la higuera: cuando las
ramas se ablandan y brotan las hojas, sabéis que está cerca la primavera. Lo mismo
vosotros, cuando veáis suceder aquello, sabed que el fin está cerca, a las puertas.
Os aseguro que no pasará esta generación antes de que suceda todo eso. Cielo y tierra
pasarán, más mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, no los conoce
nadie, ni los ángeles en el cielo, ni el hijo; sólo los conoce el Padre.
Marcos 13,
24-32
El Comentario
“En cuanto al día y la hora...”
A
todos nos llegará nuestra hora, el momento en el que tendremos que dar razones de
nuestra fe, lo que hacemos, decimos, pensamos…
Muchas
veces vivimos de cualquier manera, sin darle ninguna importancia a lo que hacemos
cada día, eso no tiene porqué se malo, ya que de una forma inconsciente seguramente
hagamos bien las cosas, pero también es importante tomar conciencia de las cosas, y ver lo que hacemos
bien y lo que hacemos mal. En muchas ocasiones el Señor nos está hablando, en ocasiones
a través de su Palabra (“mis palabras no pasarán”), pero la mayoría de las veces
por medio de señales, señales que ocurren cada día, pero si no nos paramos a pensar
sobre ello nunca lo veremos.
Estemos
pues atentos a los que nos rodean, a sus necesidades, a lo que nos dicen, a lo que
vemos en la calle cada día…
Año de la Misericordia
“Eterna es su misericordia”:
es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia
de la revelación de Dios. En razón de la misericordia, todas las vicisitudes del
Antiguo Testamento están cargadas de un profundo valor salvífico. La misericordia
hace de la historia de Dios con su pueblo una historia de salvación. Repetir continuamente
“Eterna es su misericordia”, como lo hace el Salmo, parece un intento por romper
el círculo del espacio y del tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno
del amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la historia, sino por toda
la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre. No
es casual que el pueblo de Israel haya querido integrar este Salmo, el grande hallel
como es conocido, en las fiestas litúrgicas más importantes.
Antes de la Pasión
Jesús oró con este Salmo de la misericordia. Lo atestigua el evangelista Mateo cuando
dice que « después de haber cantado el himno » (26,30), Jesús con sus discípulos
salieron hacia el Monte de los Olivos. Mientras instituía la Eucaristía, como memorial
perenne de su él y de su Pascua, puso simbólicamente este acto supremo de la Revelación
a la luz de la misericordia. En este mismo horizonte de la misericordia, Jesús vivió
su pasión y muerte, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría
de cumplir en la cruz. Saber que Jesús mismo hizo oración con este Salmo, lo hace
para nosotros los cristianos aún más importante y nos compromete a incorporar este
estribillo en nuestra oración de alabanza cotidiana: “Eterna es su misericordia”.
(cf. Misericordiae
Vultus n. 7)
Salmos capítulo 136
Dad gracias al
Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Dad gracias al
Dios de los dioses, porque es eterna su misericordia.
Dad gracias al
Señor de señores, porque es eterna su misericordia.
Al único que hace
grandes maravillas, porque es eterna su misericordia.
Al que hizo el
cielo con maestría, porque es eterna su misericordia.
Al que forjó la
tierra sobre las aguas, porque es eterna su misericordia.
Al que hizo las
grandes lumbreras, porque es eterna su misericordia.
El sol, gobernador
del día, porque es eterna su misericordia.
La luna y estrellas,
gobernadoras de la noche, porque es eterna su misericordia.
Al que hirió a
los primogénitos egipcios, porque es eterna su misericordia.
Y sacó Israel de
en medio de ellos, porque es eterna su misericordia.
Con mano fuerte,
con brazo extendido, porque es eterna su misericordia.
Al que descuartizó
el Mar Rojo, porque es eterna su misericordia.
E hizo pasar por
en medio a Israel, porque es eterna su misericordia.
Y arrojó al Faraón
con su ejército en el mar, porque es eterna su misericordia.
Al que condujo
a su pueblo por el desierto, porque es eterna su misericordia.
Al que hirió a
reyes poderosos, porque es eterna su misericordia.
Y dio muerte a
reyes famosos, porque es eterna su misericordia.
A Sijón, rey amorreo,
porque es eterna su misericordia.
Y a Og, rey de
Basán, porque es eterna su misericordia.
Y entregó su tierra
en heredad, porque es eterna su misericordia.
En heredad a Israel
su siervo, porque es eterna su misericordia.
Que en nuestra
humillación se acordó de nosotros, porque es eterna su misericordia.
Y nos libró de
nuestros opresores, porque es eterna su misericordia.
Él da alimento
a todo viviente, porque es eterna su misericordia.
Dad gracias al
Dios del cielo, porque es eterna su misericordia.
Una Mirada desde Roma
Que la convivialidad familiar crezca en el tiempo de gracia del Jubileo
Hoy reflexionaremos sobre una cualidad
característica de la vida familiar que se aprende desde los primeros años de vida:
la convivialidad, es decir, la actitud de compartir los bienes de la vida y ser
felices de poderlo hacer. ¡Pero compartir y saber compartir es una virtud preciosa!
Su símbolo, su “ícono”, es la familia reunida alrededor de la mesa doméstica. El
compartir los alimentos – y por lo tanto, además de los alimentos, también los afectos,
los cuentos, los eventos… - es una experiencia fundamental. Cuando hay una fiesta,
un cumpleaños, un aniversario, nos reunimos alrededor de la mesa. En algunas culturas
es habitual hacerlo también por el luto, para estar cercanos de quien se encuentra
en el dolor por la pérdida de un familiar.
La convivialidad es un termómetro seguro
para medir la salud de las relaciones: si en la familia hay algo que no está bien,
o alguna herida escondida, en la mesa se percibe enseguida. Una familia que no come
casi nunca juntos, o en cuya mesa no se habla pero se ve la televisión, o el smartphone,
es una familia “poco familia”. Cuando los hijos en la mesa están pegados a la computadora,
al móvil, y no se escuchan entre ellos, esto no es familia, es un jubilado.
El Cristianismo tiene una especial vocación
por la convivialidad, todos lo saben. El Señor Jesús enseñaba frecuentemente en
la mesa, y representaba algunas veces el Reino de Dios como un banquete gozoso.
Jesús escogió la comida también para entregar a sus discípulos su testamento espiritual
– lo hizo en la cena – condensado en el gesto memorial de su Sacrificio: donación
de su Cuerpo y de su Sangre como Alimento y Bebida de salvación, que nutren el amor
verdadero y duradero.
En esta perspectiva, podemos bien decir
que la familia es “de casa” a la Misa, propio porque lleva a la Eucaristía la propia
experiencia de convivencia y la abre a la gracia de una convivialidad universal,
del amor de Dios por el mundo. Participando en la Eucaristía, la familia es purificada
de la tentación de cerrarse en sí misma, fortalecida en el amor y en la fidelidad,
y extiende los confines de su propia fraternidad según el corazón de Cristo.
En nuestro tiempo, marcado por tantas
cerrazones y tantos muros, la convivialidad, generada por la familia y dilatada
en la Eucaristía, se convierte en una oportunidad crucial. La Eucaristía y la familia
nutridas por ella pueden vencer las cerrazones y construir puentes de acogida y
de caridad. Sí, la Eucaristía de una Iglesia de familias, capaces de restituir a
la comunidad la levadura dinámica de la convivialidad y de hospitalidad recíproca,
es una ¡escuela de inclusión humana que no teme confrontaciones! No existen pequeños,
huérfanos, débiles, indefensos, heridos y desilusionados, desesperados y abandonados,
que la convivialidad eucarística de las familias no pueda nutrir, restaurar, proteger
y hospedar.
La memoria de las virtudes familiares
nos ayuda a entender. Nosotros mismos hemos conocido, y todavía conocemos, que milagros
pueden suceder cuando una madre tiene una mirada de atención, servicio y cuidado
por los hijos ajenos, además de los propios. ¡Hasta ayer, bastaba una mamá para
todos los niños del patio! Y además: sabemos bien la fuerza que adquiere un pueblo
cuyos padres están preparados para movilizarse para proteger a sus hijos de todos,
porque consideran a los hijos un bien indivisible, que son felices y orgullosos
de proteger.
Hoy muchos contextos sociales ponen obstáculos
a la convivialidad familiar. Es verdad, hoy no es fácil. Debemos encontrar el modo
de recuperarla; en la mesa se habla, en la mesa se escucha. Nada de silencio, ese
silencio que no es el silencio de las religiosas, es el silencio del egoísmo: cada
uno tiene lo suyo, o la televisión o el ordenador… y no se habla. No, nada de silencio.
Recuperar esta convivialidad familiar aunque sea adaptándola a los tiempos. La convivialidad
parece que se ha convertido en una cosa que se compra y se vende, pero así es otra
cosa. Y la nutrición no es siempre el símbolo de un justo compartir de los bienes,
capaz de alcanzar a quien no tiene ni pan ni afectos. En los Países ricos somos
estimulados a gastar en una nutrición excesiva, y luego lo hacemos de nuevo para
remediar el exceso. Y este “negocio” insensato desvía nuestra atención del hambre
verdadera, del cuerpo y del alma. Cuando no hay convivialidad hay egoísmo, cada
uno piensa en sí mismo. Es tanto así, que la publicidad la ha reducido a un deseo
de galletas y dulces. Mientras tanto, muchos hermanos y hermanas se quedan fuera
de la mesa. ¡Es un poco vergonzoso! ¿No?
Miremos el misterio del Banquete eucarístico.
El Señor entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por todos. De verdad no existe división
que pueda resistir a este Sacrificio de comunión; solo la actitud de falsedad, de
complicidad con el mal puede excluir de ello. Cualquier otra distancia no puede
resistir a la potencia indefensa de este pan partido y de este vino derramado, Sacramento
del único Cuerpo del Señor. La alianza viva y vital de las familias cristianas,
que precede, sostiene y abraza en el dinamismo de su hospitalidad las fatigas y
las alegrías cotidianas, coopera con la gracia de la Eucaristía, que es capaz de
crear comunión siempre nueva con la fuerza que incluye y que salva.
La familia cristiana mostrará así, la
amplitud de su verdadero horizonte, que es el horizonte de la Iglesia Madre de todos
los hombres, de todos los abandonados y de los excluidos, en todos los pueblos.
Oremos para que esta convivialidad familiar pueda crecer y madurar en el tiempo
de gracia del próximo Jubileo de la Misericordia. Gracias.
(Audiencia
General del miércoles 11 de noviembre de 2015)
En la Red
¿Qué es un Santo? (y 2)
aquella abandonada que se sintió rescatada,
aquel que perdió el esquema de perfección
para pasarse al del amor,
aquella que siendo jueza de todos perdió
por la ternura del juicio del Amor,
aquel criticón amargado dueño del mundo
que antes de morir pidió perdón,
aquella monja que dejó de maltratar a
sus hermanas,
aquel cura que abandonó el infierno de
la Ley por el cielo de la fraternidad,
aquella niña que despertaba cada mañana
besando a sus padres,
aquel descarriado que se subió al carro
del sentido que regaló una mirada honesta,
aquella abuela que después de darlo todo
siguió sonriendo y jugando,
aquel perdonado que se animó a perdonar,
aquella infiel que se dejó restaurar por
el Fiel,
aquel hijo de puta que lloró sin parar
cuando vio su error,
aquella que educó con el ejemplo del único
Maestro de su vida,
aquel joven que se pregunta si el ciento
por uno es para él,
aquella incrédula que creyó porque se
fiaron de ella por primera vez,
aquel que confió más en Dios actuando
en la historia que en su idea de Dios,
aquella que asumió su cruz como entrega
y no como castigo,
aquel que dejó de pensar la santidad como
esfuerzo de su voluntad para dejarle paso a la fuerza arrolladora de la gracia que
el Espíritu derrama sin cesar en nuestra vida.
blog de Emmanuel Sicre. Jesuita.
La Misa
Las reuniones semanales de la Asamblea en el Antiguo Testamento
Ya desde el inicio de la Biblia el último día de la
semana se nombra con una raíz que significa «cesar», «descansar». Se
trata de un día de reposo consagrado a Yahveh en recuerdo de la narración del
Génesis sobre la creación del mundo.
«Fíjate en
el Sábado para santificarlo. Durante seis días trabaja y haz tus tareas,
pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás
trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni
tu ganado, ni el emigrante que viva en tus ciudades. Porque en seis días hizo
el Señor el cielo, y el séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el sábado y
lo santificó» (Ex 20,8-11).
Algunos textos del A. Testamento insisten sobre todo
en la práctica externa de ese día, es decir, en el descanso material y no tanto
en la honra de Dios, aunque otros matizan un poco más.
A partir del destierro, el descanso sabatino se
convirtió en un distintivo del judaísmo. Más dramático es el pasaje que aparece
en el primer libro de los Macabeos, sin embargo se fue imponiendo el
pragmatismo y esa rigidez material, que no parecía ser el espíritu del mandato
mosaico, dio paso a una resolución legal, antes de verse aniquilados por muy
heroica que fuese su disposición. A pesar de todo, el espíritu legalista convirtió
la alegría de ese día en verdadero agobio: «Seis
días trabajarás y al séptimo descansarás; durante la siembra y la siega
descansarás» (Ex 34,21).
Jesús libró a sus discípulos de este legalismo que
desvirtuaba el verdadero espíritu de la celebración:
«Por entonces, un sábado, atravesaba Jesús unos
sembrados. Sus discípulos, hambrientos, se pusieron a arrancar espigas y
comérselas. Los fariseos le dijeron: —Oye, tus discípulos están haciendo en
sábado una cosa prohibida. Él les respondió: —¿No habéis leído lo que hizo
David con su gente cuando estaban hambrientos? Entró en la casa de Dios y comió
los panes presentados, que sólo a los sacerdotes les está permitido comer, no a
él ni a su gente. (...) Porque el hombre es señor del sábado» (Mt 12,1-8).
Jesús hizo muchos signos (milagros) en sábado para
dejarnos claro cuál es el verdadero significado del mismo.
Sin embargo, estas excepciones, tan claras en el
Evangelio, se suelen tomar como pretexto para saltarse a la torera las
prescripciones de la Iglesia, porque no son de Derecho Divino. Cuando la
Iglesia ordena algo como heredera de los poderes de Cristo, es el mismo Cristo
quien lo ordena.
La próxima semana veremos qué hacía la primitiva
iglesia.