domingo, 8 de noviembre de 2015

Domingo XXXII Ordinario (B)

La Palabra

La multitud escuchaba a Jesús con gusto. Y él, instruyéndolos, dijo: ---Guardaos de los letrados. Les gusta pasear con largas túnicas, que los saluden por la calle, buscan los primeros asientos en las sinagogas y los mejores puestos en los banquetes. Con pretexto de largas oraciones, devoran los bienes de las viudas. Ellos recibirán una sentencia más severa. Sentado frente al cepillo del templo, observaba cómo la gente echaba monedillas en el cepillo. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda pobre y echó unas monedillas de muy poco valor. Jesús llamó a los discípulos y les dijo: ---Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que todos los demás. Pues todos han dado de lo que les sobra; pero ésta, en su indigencia, ha dado cuanto tenía para vivir.

El Comentario

“...esa pobre viuda...”

En la escena que nos presenta hoy el Evangelista, vemos como mucha gente da de lo que tiene para los demás. Pero Jesús va un poco más allá, no se fija sólo en las cantidades que depositan para los que más lo necesitan (que está bien), sino que se fija en aquello que depositan, o más bien, en cómo es aquello que depositan. No es lo mismo dar de lo que a uno le sobra (¿cuánto les  sobra a los ricos?) que dar aquello de lo que uno tiene necesidad. La pobre viuda (el tiempos de Jesús, y hoy en día también, las viudas no tenían nada o casi nada, vivían de lo que les daban los demás, eran marginados de la sociedad) da no de lo que le sobra, sino de aquello que le hace falta, es capaz de privarse ella de lo necesario para dárselo a alguien que tenga más necesidad todavía que ella. Pero esto tiene también su recompensa, ella es feliz haciendo esto y el rico todavía se quejará de lo que da.

El Año de la Misericordia

« Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia». Sto Tomás de Aquino.
Con estas palabras Sto. Tomás nos muestran que la misericordia divina no es en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. En el Antiguo Testamento, se utiliza “paciente y misericordioso” para describir la naturaleza de Dios. Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción. Los Salmos, en modo particular, destacan esta grandeza del proceder divino:
«Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de misericordia» (103,3-4).
«Él Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y levanta al caído; el Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados» (146,7-9).
«El Señor sana los corazones afligidos y les venda sus heridas […] El Señor sostiene a los humildes y humilla a los malvados hasta el polvo» (147,3.6).
La misericordia de Dios es una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo.
(cf. Misericordiae  Vultus n. 6)

Una mirada a Roma

“En la familia se aprende y se vive el amor y el perdón mutuo”. Catequesis del Papa

Hoy quisiera subrayar este aspecto: que la familia es un gran gimnasio para entrenar al don y al perdón recíproco, sin el cual ningún amor puede ser duradero. Sin donarse, sin perdonarse, el amor no permanece, no dura. En la oración que Él mismo nos ha enseñado -es decir, el Padre Nuestro- Jesús nos hace pedirle al Padre: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Y al final comenta: «Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes» (Mt 6,12.14-15). No se puede vivir sin perdonarse, o al menos no se puede vivir bien, especialmente en familia. Cada día nos faltamos al respeto el uno al otro.
Debemos poner en consideración estos errores, debidos a nuestra fragilidad y a nuestro egoísmo. Lo que se nos pide es sanar inmediatamente las heridas que nos hacemos, retejer inmediatamente los hilos que rompemos en la familia. Si esperamos demasiado, todo se hace más difícil. Y hay un secreto simple para sanar las heridas y para disolver las acusaciones. Y es este: no dejar que termine el día sin pedirse perdón, sin hacer la paz entre el marido y la mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas… ¡entre nuera y suegra! Si aprendemos a pedirnos inmediatamente perdón y a darnos el perdón recíproco, sanan las heridas, el matrimonio se robustece, y la familia se transforma en una casa más sólida, que resiste a los choques de nuestras pequeñas y grandes maldades. Y para esto no es necesario hacer un gran discurso, sino que es suficiente una caricia, una caricia y ha terminado todo y se recomienza, pero no terminar el día en guerra ¿entienden?
Si aprendemos a vivir así en familia, lo hacemos también fuera, en todas partes que nos encontramos. Es indispensable que, en una sociedad a veces despiadada, haya lugares, como la familia, donde se aprenda a perdonar los unos a otros.

En la Red

¿QUÉ ES UN SANTO?

Un santo es aquel neurótico que se sintió salvado, 
aquella prostituta que se dejó amar en serio, 
aquel herido que se dejó curar, 
aquella angustiada que se dejó alegrar la vida, 
aquel mentiroso que fue encontrado por la Verdad, 
aquella sedienta que bebió del agua Viva, 
aquel pobre que se dejó enriquecer, 
aquella rica que se dejó empobrecer, 
aquel pretensioso que se dejó llenar el alma de Dios, 
aquella avara que abandonó su última moneda, 
aquel infeliz que se dejó de quejar,
aquella guerrillera que la paz le besó los bordes de su alma, 
aquel torpe que se dejó cincelar por la sabiduría de otros, 
aquella miedosa que se dejó ayudar por los cirineos de la historia, 
aquel político fiel a sus convicciones aunque se haya embarrado, 
aquella que no se escandalizó del LGTB y bogó por vidas dignificadas,
aquel que cuidó al enfermo y pagó su cuenta al regresar de su trabajo, 
aquella que amamantó en la dificultad porque su alimento era la fe y el amor, 
aquel que trabajó día y noche como su Padre, 
aquella que se hizo próxima al dolor del sufriente para lavar sus lágrimas, 
aquel que sin saberlo alababa a Dios con sonrisas esparcidas por el mundo, 
Continuará...

Catequesis sobre la Misa

¿Por qué tengo que ir a misa precisamente el domingo y no puedo cumplir mi obligación cualquier día de la semana que me venga bien?
Esta dificultad ya la ha visto la Iglesia y ha dispuesto que se pueda cumplir también la víspera, ya que hoy día el sábado forma parte del fin de semana para todos. Pero no se trata de cumplir una obligación fácilmente mudable, sino que vamos a celebrar «El Día del Señor». Y el Señor resucitó un domingo, no un martes o un jueves.
El domingo cristiano tiene además una antigüedad que entronca con la misma tradición de los apóstoles: “La Iglesia, por una tradición[1] apostólica que trae su origen del mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días en el día que es llamado Día del Señor o Domingo” (S.C. 106).
Los días ordinarios suprimimos algunos ritos festivos que se hacen los domingos; pero, empleando el lenguaje simbólico, el sacerdote hace en figura lo que los acólitos realizan los domingos, se suprime el gloria o el credo, tal vez en vez de cantar, se recita el Sanctus o el Cordero de Dios… pero entendiendo la Misa dominical, fácilmente se entiende también la misa diaria.
Por eso en las hojas siguientes vamos a hablar sobre todo de la Misa del Domingo. La misa diaria es prácticamente lo mismo, pero la del Domingo es algo especial, porque como dice el Concilio, “...cada semana en el día que se llamó «del Señor» conmemora la Iglesia la resurrección de su Esposo, que una vez al año celebra también junto con su santa Pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua” (S.C. 102).
El domingo ha tenido siempre un lugar privilegiado para el Pueblo de Dios, en el Antiguo Testamento se celebraba el sábado y los judíos actuales lo siguen celebrando para recordar el séptimo día de Yahveh.
Para nosotros no es una simple cristianización del descanso semanal, sino algo específico, aunque durante los primeros años de la Iglesia fueron un eco de las costumbres judías. Sin embargo, al ser la fiesta algo específicamente cristiano, no se celebra el último día de la semana a semejanza del descanso divino, sino el primero, como un comienzo de una nueva vida.
No estará de más un recuerdo de la historia de estas reuniones semanales de carácter religioso, que veremos la próxima semana.



[1] En el estudio de la evolución de las formas del culto, la Historia se llama Tradición o transmisión de un continuo profundizar de la Iglesia en el misterio de Cristo.