La Palabra
Habrá señales
en el sol, la luna y las estrellas. En la tierra se angustiarán los pueblos,
desconcertados por el estruendo del mar y del oleaje. Los hombres desfallecerán
de miedo, aguardando lo que se le echa encima al mundo; pues las potencias
celestes se tambalearán. Entonces verán al Hijo del Hombre que llega en una
nube con gran poder y gloria. Cuando comience a suceder todo eso, erguíos y
levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación. Poned atención, que no
se os embote la mente con el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la
vida, de modo que aquel día no os sorprenda de repente, pues caerá como una
trampa sobre todos los habitantes de la tierra. Velad en todo momento, pidiendo
poder escapar de cuánto va a suceder y presentaros ante el Hijo del Hombre. De
día enseñaba en el templo; de noche salía y se quedaba en el monte de los
Olivos. Y todo el pueblo madrugaba para escucharlo en el templo.
Lucas
21, 25-28. 34-36
El Comentario
“Poned atención”
El mundo sigue
girando, no se detiene, y una vez más el Señor nos pide que paremos, que
reflexionemos, que tomemos conciencia de lo que estamos haciendo. ¿Es bueno o
es malo? Vivimos en una sociedad en la que muchas cosas malas son tenidas como
buenas, pero esto no quiere decir que sean buenas, aunque “las haga todo el
mundo”.
En la vida de
Jesús, todos aquellos que no se ajustaban a la Ley eran expulsados, marginados,
oprimidos, y tenían que vivir fuera de las ciudades de la caridad de los demás,
pero Él sabía que esto no era bueno, que no por equivocarse una vez ya eran
malos para siempre, sino que eran los más necesitados de la misericordia de su
Padre, y por tanto de todos nosotros; pero no debemos olvidar que también somos
nosotros los necesitados de esa Misericordia.
Año de la Misericordia
«Dichosos los
misericordiosos, porque encontrarán misericordia» (Mt 5,7) es la
bienaventuranza en la que hay que inspirarse durante este Año Santo.
En las
parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como
la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el
pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. En las
parábolas de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y los
dos hijos (cfr Lc15,1-32) Dios es presentado siempre lleno de alegría,
sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de
nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence,
que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón.
Tampoco se da
por vencido en el perdón cuando Pedro pregunta cuantas veces hay que perdonar Jesús
responde: «No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete»
(Mt 18,22), y este ha de ser nuestro estilo de vida cristiano.
Jesús afirma
que la misericordia es el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos. Ya
que estamos llamados a vivir la misericordia, porque a nosotros en primer lugar
se nos ha aplicado misericordia.
¡Cómo es
difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento
puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar
caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias
para vivir felices.
(cf. Misericordiae Vultus n. 9)
En la Red
Permíteme que insista y te busque…
ISAÍAS el del corazón exigente de Dios
Isaías es el
hombre del corazón exigente de Dios, capaz de escudriñar el futuro analizando
el presente, sin callarse las alegrías de la promesa de su Señor, pero tampoco
las injusticias y fallos de la sociedad de su tiempo.
Para Isaías,
Dios actuará, sí. Pero es necesaria la conversión, allanar los caminos, pedir
con insistencia a Dios que nuestras bajuras se eleven y nuestras soberbias se
abajen para permitir la entrada de Dios-con-nosotros.
Una mirada a Roma
«VENGA TU REINO»
Del Opúsculo
de Orígenes, presbítero, sobre la oración
(Cap. 25: PG 11, 495-499)
(Cap. 25: PG 11, 495-499)
Si, como dice
nuestro Señor y Salvador, el reino de Dios no ha de venir espectacularmente, ni
dirán: «Vedlo aquí o vedlo allí», sino que el reino de Dios está dentro de
nosotros, pues cerca está la palabra, en nuestra boca y en nuestro corazón, sin
duda cuando pedimos que venga el reino de Dios lo que pedimos es que este reino
de Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produzca fruto y se vaya
perfeccionando.
Efectivamente,
Dios reina ya en cada uno de los santos, ya que éstos se someten a su ley
espiritual, y así Dios habita en ellos como en una ciudad bien gobernada. En el
alma perfecta está presente el Padre, y Cristo reina en ella junto con el
Padre, de acuerdo con aquellas palabras del Evangelio: Vendremos a fijar en él
nuestra morada. Este reino de Dios que está dentro de nosotros llegará, con
nuestra cooperación, a su plena perfección cuando se realice lo que dice el
Apóstol, esto es, cuando Cristo, una vez sometidos a él todos sus enemigos,
entregue el reino a Dios Padre, para que Dios sea todo en todo.
Por esto,
rogando incesantemente con aquella actitud interior que se hace divina por la
acción del Verbo, digamos a nuestro Padre que está en los cielos: Santificado
sea tu nombre, venga tu reino.
Con respecto al reino de Dios, hay que tener también esto en cuenta: del mismo modo que no tiene que ver la justificación con la impiedad, ni hay nada de común entre la luz y las tinieblas, ni puede haber armonía entre Cristo y Belial, así tampoco pueden coexistir el reino de Dios y el reino del pecado.
Con respecto al reino de Dios, hay que tener también esto en cuenta: del mismo modo que no tiene que ver la justificación con la impiedad, ni hay nada de común entre la luz y las tinieblas, ni puede haber armonía entre Cristo y Belial, así tampoco pueden coexistir el reino de Dios y el reino del pecado.
Por
consiguiente, si queremos que Dios reine en nosotros, procuremos que de ningún
modo continúe el pecado reinando en nuestro cuerpo mortal, antes bien,
mortifiquemos las pasiones de nuestro hombre terrenal y fructifiquemos por el
Espíritu; de este modo Dios se paseará por nuestro interior como por un paraíso
espiritual y reinará en nosotros él solo con su Cristo, el cual se sentará en
nosotros a la derecha de aquella virtud espiritual que deseamos alcanzar: se
sentará hasta que todos sus enemigos que hay en nosotros sean puestos por
estrado de sus pies, y sean reducidos a la nada en nosotros todos los
principados, todos los poderes y todas las fuerzas.
Etimasia,
Trono de la preparación, s. XIV. Monasterio de Visoki Decani, Kosovo, Serbia.
La Misa…
El pueblo reunido
Supongamos
que quieres celebrar dignamente el Día del Señor y te decides a ir a Misa de
diez. Has oído las campanas y vas un poco de prisa porque luego a lo mejor no
hay sitio. Y resulta que aunque todavía no han encendido las velas, el órgano
está ya tocando y la gente ocupa los bancos y la Iglesia está casi llena. ¿Por
qué va la gente tan pronto?
Es
muy significativo que el Misal comience las rúbricas de la Misa con las
palabras «Una vez reunido el pueblo de Dios...» y luego explica que deben salir
en procesión los acólitos, ayudantes, diáconos y finalmente, el presidente de
la asamblea.
Por
eso es un contrasentido que denota ignorancia el esperar a la puerta de la
Iglesia «a que salga el cura». Los fieles deben esperar ya reunidos, porque la
misa comienza con la reunión de los bautizados que viven en un determinado
territorio. La ceremonia ya ha comenzado y no está bien empezar a encender
luces, tocar el órgano, etc. cuando aparece el cura en el altar.
Iglesia
quiere decir Asamblea convocada. Estas
convocatorias eran conocidas en el Antiguo Testamento, pero
la asamblea cristiana se reúne en Cristo, que ya lo previno: «Pues donde hay
dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellos» (Mt 18,20).
Tratándose
de un acto colectivo, con tan fuertes dosis de simbolismo, era natural que se
reglamentase la forma de celebrarlo.
Por
ejemplo, desde siempre, la reunión la preside el obispo o quien le represente y
éste, elegido por Dios y consagrado por la imposición de las manos de otro
obispo en cadena hasta los mismos apóstoles, recita la plegaria eucarística,
lee e interpreta la palabra y hace el papel de Cristo ante el pueblo
representando a Dios y ante Dios representando al pueblo.
Alrededor
suyo funcionan otros ministros —diáconos en griego— lectores, salmistas... El
reparto de funciones es mucho más, sin dejar de ser una reunión humana.
Por
otro lado, para no tener que improvisar, inspirados sin duda por el Espíritu
Santo, comenzaron pronto a redactar plegarias fijas, que han perdurado vigentes
a través de los siglos y que comienzan: «¡Levantemos el corazón!» (La tradición
apostólica) y a las que el Pueblo de Dios responde iAmén! y no debe recitar ni
siquiera la conclusión de la Plegaria.
Estas
y otras cosas las veremos en las próximas semanas.