domingo, 29 de noviembre de 2015

I Adviento C

La Palabra

Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas. En la tierra se angustiarán los pueblos, desconcertados por el estruendo del mar y del oleaje. Los hombres desfallecerán de miedo, aguardando lo que se le echa encima al mundo; pues las potencias celestes se tambalearán. Entonces verán al Hijo del Hombre que llega en una nube con gran poder y gloria. Cuando comience a suceder todo eso, erguíos y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación. Poned atención, que no se os embote la mente con el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, de modo que aquel día no os sorprenda de repente, pues caerá como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. Velad en todo momento, pidiendo poder escapar de cuánto va a suceder y presentaros ante el Hijo del Hombre. De día enseñaba en el templo; de noche salía y se quedaba en el monte de los Olivos. Y todo el pueblo madrugaba para escucharlo en el templo.
Lucas 21, 25-28. 34-36

El Comentario

“Poned atención

El mundo sigue girando, no se detiene, y una vez más el Señor nos pide que paremos, que reflexionemos, que tomemos conciencia de lo que estamos haciendo. ¿Es bueno o es malo? Vivimos en una sociedad en la que muchas cosas malas son tenidas como buenas, pero esto no quiere decir que sean buenas, aunque “las haga todo el mundo”.
En la vida de Jesús, todos aquellos que no se ajustaban a la Ley eran expulsados, marginados, oprimidos, y tenían que vivir fuera de las ciudades de la caridad de los demás, pero Él sabía que esto no era bueno, que no por equivocarse una vez ya eran malos para siempre, sino que eran los más necesitados de la misericordia de su Padre, y por tanto de todos nosotros; pero no debemos olvidar que también somos nosotros los necesitados de esa Misericordia.

Año de la Misericordia

«Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia» (Mt 5,7) es la bienaventuranza en la que hay que inspirarse durante este Año Santo.
En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. En las parábolas de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y los dos hijos (cfr Lc15,1-32) Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón.
Tampoco se da por vencido en el perdón cuando Pedro pregunta cuantas veces hay que perdonar Jesús responde: «No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,22), y este ha de ser nuestro estilo de vida cristiano.
Jesús afirma que la misericordia es el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos. Ya que estamos llamados a vivir la misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia.
¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices.
 (cf. Misericordiae Vultus n. 9)

En la Red

Permíteme que insista y te busque…

ISAÍAS el del corazón exigente de Dios

Isaías es el hombre del corazón exigente de Dios, capaz de escudriñar el futuro analizando el presente, sin callarse las alegrías de la promesa de su Señor, pero tampoco las injusticias y fallos de la sociedad de su tiempo.
Para Isaías, Dios actuará, sí. Pero es necesaria la conversión, allanar los caminos, pedir con insistencia a Dios que nuestras bajuras se eleven y nuestras soberbias se abajen para permitir la entrada de Dios-con-nosotros.

Una mirada a Roma

«VENGA TU REINO»

Del Opúsculo de Orígenes, presbítero, sobre la oración
(Cap. 25: PG 11, 495-499)
Si, como dice nuestro Señor y Salvador, el reino de Dios no ha de venir espectacularmente, ni dirán: «Vedlo aquí o vedlo allí», sino que el reino de Dios está dentro de nosotros, pues cerca está la palabra, en nuestra boca y en nuestro corazón, sin duda cuando pedimos que venga el reino de Dios lo que pedimos es que este reino de Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produzca fruto y se vaya perfeccionando.
Efectivamente, Dios reina ya en cada uno de los santos, ya que éstos se someten a su ley espiritual, y así Dios habita en ellos como en una ciudad bien gobernada. En el alma perfecta está presente el Padre, y Cristo reina en ella junto con el Padre, de acuerdo con aquellas palabras del Evangelio: Vendremos a fijar en él nuestra morada. Este reino de Dios que está dentro de nosotros llegará, con nuestra cooperación, a su plena perfección cuando se realice lo que dice el Apóstol, esto es, cuando Cristo, una vez sometidos a él todos sus enemigos, entregue el reino a Dios Padre, para que Dios sea todo en todo.
Por esto, rogando incesantemente con aquella actitud interior que se hace divina por la acción del Verbo, digamos a nuestro Padre que está en los cielos: Santificado sea tu nombre, venga tu reino.
Con respecto al reino de Dios, hay que tener también esto en cuenta: del mismo modo que no tiene que ver la justificación con la impiedad, ni hay nada de común entre la luz y las tinieblas, ni puede haber armonía entre Cristo y Belial, así tampoco pueden coexistir el reino de Dios y el reino del pecado.
Por consiguiente, si queremos que Dios reine en nosotros, procuremos que de ningún modo continúe el pecado reinando en nuestro cuerpo mortal, antes bien, mortifiquemos las pasiones de nuestro hombre terrenal y fructifiquemos por el Espíritu; de este modo Dios se paseará por nuestro interior como por un paraíso espiritual y reinará en nosotros él solo con su Cristo, el cual se sentará en nosotros a la derecha de aquella virtud espiritual que deseamos alcanzar: se sentará hasta que todos sus enemigos que hay en nosotros sean puestos por estrado de sus pies, y sean reducidos a la nada en nosotros todos los principados, todos los poderes y todas las fuerzas.
Etimasia, Trono de la preparación, s. XIV. Monasterio de Visoki Decani, Kosovo, Serbia.

La Misa…

El pueblo reunido

Supongamos que quieres celebrar dignamente el Día del Señor y te decides a ir a Misa de diez. Has oído las campanas y vas un poco de prisa porque luego a lo mejor no hay sitio. Y resulta que aunque todavía no han encendido las velas, el órgano está ya tocando y la gente ocupa los bancos y la Iglesia está casi llena. ¿Por qué va la gente tan pronto?
Es muy significativo que el Misal comience las rúbricas de la Misa con las palabras «Una vez reunido el pueblo de Dios...» y luego explica que deben salir en procesión los acólitos, ayudantes, diáconos y finalmente, el presidente de la asamblea.
Por eso es un contrasentido que denota ignorancia el esperar a la puerta de la Iglesia «a que salga el cura». Los fieles deben esperar ya reunidos, porque la misa comienza con la reunión de los bautizados que viven en un determinado territorio. La ceremonia ya ha comenzado y no está bien empezar a encender luces, tocar el órgano, etc. cuando aparece el cura en el altar.
Iglesia quiere decir Asamblea convocada. Estas convocatorias eran conocidas en el Antiguo Testamento, pero la asamblea cristiana se reúne en Cristo, que ya lo previno: «Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellos» (Mt 18,20).
Tratándose de un acto colectivo, con tan fuertes dosis de simbolismo, era natural que se reglamentase la forma de celebrarlo. 
Por ejemplo, desde siempre, la reunión la preside el obispo o quien le represente y éste, elegido por Dios y consagrado por la imposición de las manos de otro obispo en cadena hasta los mismos apóstoles, recita la plegaria eucarística, lee e interpreta la palabra y hace el papel de Cristo ante el pueblo representando a Dios y ante Dios representando al pueblo.
Alrededor suyo funcionan otros ministros —diáconos en griego— lectores, salmistas... El reparto de funciones es mucho más, sin dejar de ser una reunión humana.
Por otro lado, para no tener que improvisar, inspirados sin duda por el Espíritu Santo, comenzaron pronto a redactar plegarias fijas, que han perdurado vigentes a través de los siglos y que comienzan: «¡Levantemos el corazón!» (La tradición apostólica) y a las que el Pueblo de Dios responde iAmén! y no debe recitar ni siquiera la conclusión de la Plegaria.

Estas y otras cosas las veremos en las próximas semanas.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Jesucristo, Rey del Universo

La Palabra

Entró de nuevo Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: ---¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús respondió: ---¿Lo dices por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? Pilato respondió: ---¡Ni que yo fuera judío! Tu nación y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? Contestó Jesús: ---Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis soldados habrían peleado para que no me entregaran a los judíos. Ahora bien, mi reino no es de aquí. Le dijo Pilato: ---Entonces, ¿tú eres rey? Jesús contestó: ---Tú lo dices. Yo soy rey: para eso he nacido, para eso he venido al mundo, para atestiguar la verdad. Quien está de parte de la verdad escucha mi voz.
Juan 18, 33b-37

El Comentario

“Si mi reino fuera de este mundo...”

¿Cuantas veces nos enfrentamos con situaciones injustas, en las que por querer hacer las cosas bien terminamos pasando por tontos, o condenados?
Jesús también fue condenado por ser bueno, y se tuvo que humillar y caer a lo más bajo de este mundo, hubo de pasar por la cruz. Nosotros vivimos la cruz cada día, de una manera o de otra, somos condenados (o a menos eso nos parece a nosotros) a sufrir por ello.
Tenemos varias opciones, revelarnos contra esa situación, afrontarla como una lucha contra todo poder injusto, o callar ante esa injusticia y afrontar la condena, aún a sabiendas de su injusticia.
Jesús podría haber enviado toda una legión de ángeles para luchar contra todos los poderes que se oponían a su mensaje, pero optó por la mansedumbre, por demostrar con los hechos que Él tenía razón, y fue capaz incluso de morir por ello.
Pidamos al Señor que nos conceda esa mansedumbre ante las dificultades de cada día.

Año de la Misericordia

La Misericordia en el N. T.


Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona y ofrece gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión.
Jesús, delante a la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y extenuadas, pérdidas y sin guía, sintió desde la profundo del corazón una intensa compasión por ellas (cfr Mt 9,36). A causa de este amor compasivo curó los enfermos que le presentaban (cfr Mt 14,14) y con pocos panes y peces calmó el hambre de grandes muchedumbres (cfr Mt 15,37). Cuando encontró la viuda de Naim (cfr Lc 7,15), después de haber liberado el endemoniado de Gerasa (cfr Mc 5,19) y también la vocación de Mateo se coloca en el horizonte de la misericordia.
(cf. Misericordiae Vultus n. 8)

Una Mirada desde Roma

¡Familias abran las puertas de sus casas, sean un pequeño gran signo de la Misericordia!

La Iglesia ha sido animada a abrir sus puertas, para salir con el Señor al encuentro de sus hijos y de sus hijas en camino, a veces inciertos, a veces perdidos, en estos tiempos difíciles. Las familias cristianas, en particular, han sido animadas a abrir la puerta al Señor que espera para entrar, trayendo su bendición y su amistad.
El Señor no fuerza jamás la puerta: Él también pide permiso para entrar, como dice el Libro del Apocalipsis: «Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (3,20). Y en la última gran visión de este Libro, así se profetiza de la Ciudad de Dios: «Sus puertas no se cerrarán durante el día», lo que significa para siempre, porque «no existirá la noche en ella» (21,25). Existen lugares en el mundo en los cuales no se cierran las puertas con llave. Pero existen tantos otros donde las puertas blindadas se han convertido en normales. Esto no nos sorprende; pero, pensándolo bien, ¡es un signo negativo! No debemos rendirnos a la idea de tener que aplicar este sistema en toda nuestra vida, en la vida de la familia, de la ciudad, de la sociedad. Y mucho menos en la vida de la Iglesia. ¡Sería terrible! Una Iglesia inhóspita, así como una familia cerrada en sí misma, mortifica el Evangelio y marchita el mundo.
La Sagrada Familia de Nazaret sabe bien qué cosa significa una puerta abierta o cerrada, para quien espera un hijo, para quien no tiene amparo, para quien huye del peligro. Las familias cristianas hagan del umbral de sus casas un pequeño gran signo de la Puerta de la misericordia y de la acogida de Dios. Es así que la Iglesia deberá ser reconocida, en cada rincón de la tierra: como la custodia de un Dios que toca, como la acogida de un Dios que no te cierra la puerta, con la excusa que no eres de casa.
(Audiencia general, miércoles 18 de noviembre de 2.015)

La Misa

La celebración de la asamblea en la primitiva iglesia

Los apóstoles como buenos judíos siguieron cumpliendo con toda fidelidad la ley del sábado. Apenas había terminado el sábado (era la madrugada del domingo) cuando salieron corriendo camino del sepulcro ante aquella increíble noticia de la Magdalena. Desde entonces comenzó la experiencia pascual en la comunidad.
Por la tarde de aquel domingo estaban fuera de sí porque también Simón le había visto vivo cuando llegaron emocionados los que habían marchado hacia Emaús aquella mañana. De pronto, se presentó ante todos el mismo Jesús y pidió de merendar.
A los apóstoles no se les podía olvidar aquel día.
Ocho días más tarde recibieron la misma experiencia todos juntos, con el episodio de Tomás. Los discípulos seguirán celebrando el sábado como lo hacía Jesús, pero esperarían gozosos a la madrugada para recordar el día de la Pascua.
Cuando el cristianismo se extendió a otros pueblos, no pasó el precepto del sábado, pero sí la alegría y el recuerdo del Señor.
A partir de entonces se hizo costumbre «la fracción del pan» los domingos y, al extenderse la Iglesia, desaparecidos ya los testigos directos, se redactaron documentos que conservamos y que recuerdan las primeras celebraciones de la Eucaristía en la generación que siguió inmediatamente a la de los apóstoles.
Desde entonces, para los cristianos el precepto dominical no ha de ser un deber impuesto sino una necesidad, un gozo.
Al principio había que celebrarlo de madrugada antes de ir al trabajo, pero cuando el domingo se hizo festivo en todas partes, se pudo celebrar a media mañana, aunque algunos se reunían de madrugada, y en esas ocasiones se leía un evangelio de la Resurrección.
Pocos años más tarde, la misa actual ya estaba estructurada. No se trata sólo de «cumplir lo mandado», sino de participar en la misa con espíritu alegre, abierto a la comunidad y en la disposición gozosa de quien va a recibir algo.
Al hacerse festivo el domingo, se asoció la celebración con el descanso, dando una prolongación familiar y social a la alegría de los bautizados.

 En la Red

Jubileo de la Orden de Predicadores. 800 años anunciando Misericordia

"La Orden de Predicadores celebrará en 2016 Un año jubilar con el tema« Enviados un PREDICAR el Evangelio ». Este Jubileo Recuerda la publicación de promulgadas las Bulas Por El Papa Honorio III HACE 8 Siglos, confirmando la fundación de la Orden en 1216 y 1217 . El año jubilar Propiamente dicho se celebrará del 7 de noviembre de 2015 (Todos los Santos de la Orden) al 21 de enero de 2017 (bula Gratiarum omnium largitori)
Con la aprobación por parte del Papa se cumplía el sueño del español Domingo de Guzmán quien, Preocupado por los Problemas del Mundo y de la iglesia del Momento, sintió la Necesidad de Crear Una Orden Cuyos Miembros estuvieran Dedicados a la Predicación, la Contemplación, el estudio y la Compasión, faire para a los hombres y mujeres de Cada Tiempo
Nacía Así la Orden de Predicadores Formada por frailes, monjas contemplativas y Laicos, un La que se sumaron Más tarde las hermanas de vida apostólica Formando la Familia Dominicana, en el total de la UNOS CIEN MIL Miembros. A lo largo de Estos 800 años de historia HEMOS contribuido a la expansión de la Palabra de Dios, a la Formación en la fe, a la Creación de Universidades, a la gestación de los Derechos Humanos ... HEMOS aportado 130 santos a la Iglesia , HEMOS dado cuatro Papas, y Grandes figuras en la teología, El Compromiso con la justicia, la mística, la filosofía, la literatura, el arte, la ciencia, la geografía …

http://jubileo.dominicos.org/jubileo-orden-predicadores

domingo, 15 de noviembre de 2015

XXXIII Domingo Ordinario B (15-11-2015)

La Palabra

En aquellos días, después de esa tribulación el sol se oscurecerá, la luna no irradiará su resplandor, las estrellas caerán del cielo y los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán llegar al Hijo del Hombre entre nubes, con gran poder y gloria. Y enviará a los ángeles para reunir a [sus] elegidos desde los cuatros vientos, de un extremo de la tierra a un extremo del cielo. Aprended del ejemplo de la higuera: cuando las ramas se ablandan y brotan las hojas, sabéis que está cerca la primavera. Lo mismo vosotros, cuando veáis suceder aquello, sabed que el fin está cerca, a las puertas. Os aseguro que no pasará esta generación antes de que suceda todo eso. Cielo y tierra pasarán, más mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, no los conoce nadie, ni los ángeles en el cielo, ni el hijo; sólo los conoce el Padre.
Marcos 13, 24-32

El Comentario

“En cuanto al día y la hora...”

A todos nos llegará nuestra hora, el momento en el que tendremos que dar razones de nuestra fe, lo que hacemos, decimos, pensamos…
Muchas veces vivimos de cualquier manera, sin darle ninguna importancia a lo que hacemos cada día, eso no tiene porqué se malo, ya que de una forma inconsciente seguramente hagamos bien las cosas, pero también es importante  tomar conciencia de las cosas, y ver lo que hacemos bien y lo que hacemos mal. En muchas ocasiones el Señor nos está hablando, en ocasiones a través de su Palabra (“mis palabras no pasarán”), pero la mayoría de las veces por medio de señales, señales que ocurren cada día, pero si no nos paramos a pensar sobre ello nunca lo veremos.
Estemos pues atentos a los que nos rodean, a sus necesidades, a lo que nos dicen, a lo que vemos en la calle cada día…

Año de la Misericordia

“Eterna es su misericordia”: es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia de la revelación de Dios. En razón de la misericordia, todas las vicisitudes del Antiguo Testamento están cargadas de un profundo valor salvífico. La misericordia hace de la historia de Dios con su pueblo una historia de salvación. Repetir continuamente “Eterna es su misericordia”, como lo hace el Salmo, parece un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre. No es casual que el pueblo de Israel haya querido integrar este Salmo, el grande hallel como es conocido, en las fiestas litúrgicas más importantes.
Antes de la Pasión Jesús oró con este Salmo de la misericordia. Lo atestigua el evangelista Mateo cuando dice que « después de haber cantado el himno » (26,30), Jesús con sus discípulos salieron hacia el Monte de los Olivos. Mientras instituía la Eucaristía, como memorial perenne de su él y de su Pascua, puso simbólicamente este acto supremo de la Revelación a la luz de la misericordia. En este mismo horizonte de la misericordia, Jesús vivió su pasión y muerte, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz. Saber que Jesús mismo hizo oración con este Salmo, lo hace para nosotros los cristianos aún más importante y nos compromete a incorporar este estribillo en nuestra oración de alabanza cotidiana: “Eterna es su misericordia”.
(cf. Misericordiae Vultus n. 7)

Salmos capítulo 136

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Dad gracias al Dios de los dioses, porque es eterna su misericordia.
Dad gracias al Señor de señores, porque es eterna su misericordia.
Al único que hace grandes maravillas, porque es eterna su misericordia.
Al que hizo el cielo con maestría, porque es eterna su misericordia.
Al que forjó la tierra sobre las aguas, porque es eterna su misericordia.
Al que hizo las grandes lumbreras, porque es eterna su misericordia.
El sol, gobernador del día, porque es eterna su misericordia.
La luna y estrellas, gobernadoras de la noche, porque es eterna su misericordia.
Al que hirió a los primogénitos egipcios, porque es eterna su misericordia.
Y sacó Israel de en medio de ellos, porque es eterna su misericordia.
Con mano fuerte, con brazo extendido, porque es eterna su misericordia.
Al que descuartizó el Mar Rojo, porque es eterna su misericordia.
E hizo pasar por en medio a Israel, porque es eterna su misericordia.
Y arrojó al Faraón con su ejército en el mar, porque es eterna su misericordia.
Al que condujo a su pueblo por el desierto, porque es eterna su misericordia.
Al que hirió a reyes poderosos, porque es eterna su misericordia.
Y dio muerte a reyes famosos, porque es eterna su misericordia.
A Sijón, rey amorreo, porque es eterna su misericordia.
Y a Og, rey de Basán, porque es eterna su misericordia.
Y entregó su tierra en heredad, porque es eterna su misericordia.
En heredad a Israel su siervo, porque es eterna su misericordia.
Que en nuestra humillación se acordó de nosotros, porque es eterna su misericordia.
Y nos libró de nuestros opresores, porque es eterna su misericordia.
Él da alimento a todo viviente, porque es eterna su misericordia.
Dad gracias al Dios del cielo, porque es eterna su misericordia.

Una Mirada desde Roma

Que la convivialidad familiar crezca en el tiempo de gracia del Jubileo

Hoy reflexionaremos sobre una cualidad característica de la vida familiar que se aprende desde los primeros años de vida: la convivialidad, es decir, la actitud de compartir los bienes de la vida y ser felices de poderlo hacer. ¡Pero compartir y saber compartir es una virtud preciosa! Su símbolo, su “ícono”, es la familia reunida alrededor de la mesa doméstica. El compartir los alimentos – y por lo tanto, además de los alimentos, también los afectos, los cuentos, los eventos… - es una experiencia fundamental. Cuando hay una fiesta, un cumpleaños, un aniversario, nos reunimos alrededor de la mesa. En algunas culturas es habitual hacerlo también por el luto, para estar cercanos de quien se encuentra en el dolor por la pérdida de un familiar.
La convivialidad es un termómetro seguro para medir la salud de las relaciones: si en la familia hay algo que no está bien, o alguna herida escondida, en la mesa se percibe enseguida. Una familia que no come casi nunca juntos, o en cuya mesa no se habla pero se ve la televisión, o el smartphone, es una familia “poco familia”. Cuando los hijos en la mesa están pegados a la computadora, al móvil, y no se escuchan entre ellos, esto no es familia, es un jubilado.
El Cristianismo tiene una especial vocación por la convivialidad, todos lo saben. El Señor Jesús enseñaba frecuentemente en la mesa, y representaba algunas veces el Reino de Dios como un banquete gozoso. Jesús escogió la comida también para entregar a sus discípulos su testamento espiritual – lo hizo en la cena – condensado en el gesto memorial de su Sacrificio: donación de su Cuerpo y de su Sangre como Alimento y Bebida de salvación, que nutren el amor verdadero y duradero.
En esta perspectiva, podemos bien decir que la familia es “de casa” a la Misa, propio porque lleva a la Eucaristía la propia experiencia de convivencia y la abre a la gracia de una convivialidad universal, del amor de Dios por el mundo. Participando en la Eucaristía, la familia es purificada de la tentación de cerrarse en sí misma, fortalecida en el amor y en la fidelidad, y extiende los confines de su propia fraternidad según el corazón de Cristo.
En nuestro tiempo, marcado por tantas cerrazones y tantos muros, la convivialidad, generada por la familia y dilatada en la Eucaristía, se convierte en una oportunidad crucial. La Eucaristía y la familia nutridas por ella pueden vencer las cerrazones y construir puentes de acogida y de caridad. Sí, la Eucaristía de una Iglesia de familias, capaces de restituir a la comunidad la levadura dinámica de la convivialidad y de hospitalidad recíproca, es una ¡escuela de inclusión humana que no teme confrontaciones! No existen pequeños, huérfanos, débiles, indefensos, heridos y desilusionados, desesperados y abandonados, que la convivialidad eucarística de las familias no pueda nutrir, restaurar, proteger y hospedar.
La memoria de las virtudes familiares nos ayuda a entender. Nosotros mismos hemos conocido, y todavía conocemos, que milagros pueden suceder cuando una madre tiene una mirada de atención, servicio y cuidado por los hijos ajenos, además de los propios. ¡Hasta ayer, bastaba una mamá para todos los niños del patio! Y además: sabemos bien la fuerza que adquiere un pueblo cuyos padres están preparados para movilizarse para proteger a sus hijos de todos, porque consideran a los hijos un bien indivisible, que son felices y orgullosos de proteger.
Hoy muchos contextos sociales ponen obstáculos a la convivialidad familiar. Es verdad, hoy no es fácil. Debemos encontrar el modo de recuperarla; en la mesa se habla, en la mesa se escucha. Nada de silencio, ese silencio que no es el silencio de las religiosas, es el silencio del egoísmo: cada uno tiene lo suyo, o la televisión o el ordenador… y no se habla. No, nada de silencio. Recuperar esta convivialidad familiar aunque sea adaptándola a los tiempos. La convivialidad parece que se ha convertido en una cosa que se compra y se vende, pero así es otra cosa. Y la nutrición no es siempre el símbolo de un justo compartir de los bienes, capaz de alcanzar a quien no tiene ni pan ni afectos. En los Países ricos somos estimulados a gastar en una nutrición excesiva, y luego lo hacemos de nuevo para remediar el exceso. Y este “negocio” insensato desvía nuestra atención del hambre verdadera, del cuerpo y del alma. Cuando no hay convivialidad hay egoísmo, cada uno piensa en sí mismo. Es tanto así, que la publicidad la ha reducido a un deseo de galletas y dulces. Mientras tanto, muchos hermanos y hermanas se quedan fuera de la mesa. ¡Es un poco vergonzoso! ¿No?
Miremos el misterio del Banquete eucarístico. El Señor entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por todos. De verdad no existe división que pueda resistir a este Sacrificio de comunión; solo la actitud de falsedad, de complicidad con el mal puede excluir de ello. Cualquier otra distancia no puede resistir a la potencia indefensa de este pan partido y de este vino derramado, Sacramento del único Cuerpo del Señor. La alianza viva y vital de las familias cristianas, que precede, sostiene y abraza en el dinamismo de su hospitalidad las fatigas y las alegrías cotidianas, coopera con la gracia de la Eucaristía, que es capaz de crear comunión siempre nueva con la fuerza que incluye y que salva.
La familia cristiana mostrará así, la amplitud de su verdadero horizonte, que es el horizonte de la Iglesia Madre de todos los hombres, de todos los abandonados y de los excluidos, en todos los pueblos. Oremos para que esta convivialidad familiar pueda crecer y madurar en el tiempo de gracia del próximo Jubileo de la Misericordia. Gracias.
(Audiencia General del miércoles 11 de noviembre de 2015)

En la Red

¿Qué es un Santo? (y 2)

aquella abandonada que se sintió rescatada,
aquel que perdió el esquema de perfección para pasarse al del amor,
aquella que siendo jueza de todos perdió por la ternura del juicio del Amor,
aquel criticón amargado dueño del mundo que antes de morir pidió perdón,
aquella monja que dejó de maltratar a sus hermanas,
aquel cura que abandonó el infierno de la Ley por el cielo de la fraternidad,
aquella niña que despertaba cada mañana besando a sus padres,
aquel descarriado que se subió al carro del sentido que regaló una mirada honesta,
aquella abuela que después de darlo todo siguió sonriendo y jugando,
aquel perdonado que se animó a perdonar,
aquella infiel que se dejó restaurar por el Fiel,
aquel hijo de puta que lloró sin parar cuando vio su error,
aquella que educó con el ejemplo del único Maestro de su vida,
aquel joven que se pregunta si el ciento por uno es para él,
aquella incrédula que creyó porque se fiaron de ella por primera vez,
aquel que confió más en Dios actuando en la historia que en su idea de Dios,
aquella que asumió su cruz como entrega y no como castigo,
aquel que dejó de pensar la santidad como esfuerzo de su voluntad para dejarle paso a la fuerza arrolladora de la gracia que el Espíritu derrama sin cesar en nuestra vida.
blog de Emmanuel Sicre. Jesuita.

La Misa

Las reuniones semanales de la Asamblea en el Antiguo Testamento

Ya desde el inicio de la Biblia el último día de la semana se nombra con una raíz que significa «cesar», «descansar». Se trata de un día de reposo consagrado a Yahveh en recuerdo de la narración del Génesis sobre la creación del mundo.
«Fíjate en el Sábado para santificarlo. Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el emigrante que viva en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, y el séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó» (Ex 20,8-11).
Algunos textos del A. Testamento insisten sobre todo en la práctica externa de ese día, es decir, en el descanso material y no tanto en la honra de Dios, aunque otros matizan un poco más.
A partir del destierro, el descanso sabatino se convirtió en un distintivo del judaísmo. Más dramático es el pasaje que aparece en el primer libro de los Macabeos, sin embargo se fue imponiendo el pragmatismo y esa rigidez material, que no parecía ser el espíritu del mandato mosaico, dio paso a una resolución legal, antes de verse aniquilados por muy heroica que fuese su disposición. A pesar de todo, el espíritu legalista convirtió la alegría de ese día en verdadero agobio: «Seis días trabajarás y al séptimo descansarás; durante la siembra y la siega descansarás» (Ex 34,21).
Jesús libró a sus discípulos de este legalismo que desvirtuaba el verdadero espíritu de la celebración:
«Por entonces, un sábado, atravesaba Jesús unos sembrados. Sus discípulos, hambrientos, se pusieron a arrancar espigas y comérselas. Los fariseos le dijeron: —Oye, tus discípulos están haciendo en sábado una cosa prohibida. Él les respondió: —¿No habéis leído lo que hizo David con su gente cuando estaban hambrientos? Entró en la casa de Dios y comió los panes presentados, que sólo a los sacerdotes les está permitido comer, no a él ni a su gente. (...) Porque el hombre es señor del sábado» (Mt 12,1-8).
Jesús hizo muchos signos (milagros) en sábado para dejarnos claro cuál es el verdadero significado del mismo.
Sin embargo, estas excepciones, tan claras en el Evangelio, se suelen tomar como pretexto para saltarse a la torera las prescripciones de la Iglesia, porque no son de Derecho Divino. Cuando la Iglesia ordena algo como heredera de los poderes de Cristo, es el mismo Cristo quien lo ordena.
La próxima semana veremos qué hacía la primitiva iglesia.


domingo, 8 de noviembre de 2015

Domingo XXXII Ordinario (B)

La Palabra

La multitud escuchaba a Jesús con gusto. Y él, instruyéndolos, dijo: ---Guardaos de los letrados. Les gusta pasear con largas túnicas, que los saluden por la calle, buscan los primeros asientos en las sinagogas y los mejores puestos en los banquetes. Con pretexto de largas oraciones, devoran los bienes de las viudas. Ellos recibirán una sentencia más severa. Sentado frente al cepillo del templo, observaba cómo la gente echaba monedillas en el cepillo. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda pobre y echó unas monedillas de muy poco valor. Jesús llamó a los discípulos y les dijo: ---Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que todos los demás. Pues todos han dado de lo que les sobra; pero ésta, en su indigencia, ha dado cuanto tenía para vivir.

El Comentario

“...esa pobre viuda...”

En la escena que nos presenta hoy el Evangelista, vemos como mucha gente da de lo que tiene para los demás. Pero Jesús va un poco más allá, no se fija sólo en las cantidades que depositan para los que más lo necesitan (que está bien), sino que se fija en aquello que depositan, o más bien, en cómo es aquello que depositan. No es lo mismo dar de lo que a uno le sobra (¿cuánto les  sobra a los ricos?) que dar aquello de lo que uno tiene necesidad. La pobre viuda (el tiempos de Jesús, y hoy en día también, las viudas no tenían nada o casi nada, vivían de lo que les daban los demás, eran marginados de la sociedad) da no de lo que le sobra, sino de aquello que le hace falta, es capaz de privarse ella de lo necesario para dárselo a alguien que tenga más necesidad todavía que ella. Pero esto tiene también su recompensa, ella es feliz haciendo esto y el rico todavía se quejará de lo que da.

El Año de la Misericordia

« Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia». Sto Tomás de Aquino.
Con estas palabras Sto. Tomás nos muestran que la misericordia divina no es en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. En el Antiguo Testamento, se utiliza “paciente y misericordioso” para describir la naturaleza de Dios. Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción. Los Salmos, en modo particular, destacan esta grandeza del proceder divino:
«Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de misericordia» (103,3-4).
«Él Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y levanta al caído; el Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados» (146,7-9).
«El Señor sana los corazones afligidos y les venda sus heridas […] El Señor sostiene a los humildes y humilla a los malvados hasta el polvo» (147,3.6).
La misericordia de Dios es una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo.
(cf. Misericordiae  Vultus n. 6)

Una mirada a Roma

“En la familia se aprende y se vive el amor y el perdón mutuo”. Catequesis del Papa

Hoy quisiera subrayar este aspecto: que la familia es un gran gimnasio para entrenar al don y al perdón recíproco, sin el cual ningún amor puede ser duradero. Sin donarse, sin perdonarse, el amor no permanece, no dura. En la oración que Él mismo nos ha enseñado -es decir, el Padre Nuestro- Jesús nos hace pedirle al Padre: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Y al final comenta: «Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes» (Mt 6,12.14-15). No se puede vivir sin perdonarse, o al menos no se puede vivir bien, especialmente en familia. Cada día nos faltamos al respeto el uno al otro.
Debemos poner en consideración estos errores, debidos a nuestra fragilidad y a nuestro egoísmo. Lo que se nos pide es sanar inmediatamente las heridas que nos hacemos, retejer inmediatamente los hilos que rompemos en la familia. Si esperamos demasiado, todo se hace más difícil. Y hay un secreto simple para sanar las heridas y para disolver las acusaciones. Y es este: no dejar que termine el día sin pedirse perdón, sin hacer la paz entre el marido y la mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas… ¡entre nuera y suegra! Si aprendemos a pedirnos inmediatamente perdón y a darnos el perdón recíproco, sanan las heridas, el matrimonio se robustece, y la familia se transforma en una casa más sólida, que resiste a los choques de nuestras pequeñas y grandes maldades. Y para esto no es necesario hacer un gran discurso, sino que es suficiente una caricia, una caricia y ha terminado todo y se recomienza, pero no terminar el día en guerra ¿entienden?
Si aprendemos a vivir así en familia, lo hacemos también fuera, en todas partes que nos encontramos. Es indispensable que, en una sociedad a veces despiadada, haya lugares, como la familia, donde se aprenda a perdonar los unos a otros.

En la Red

¿QUÉ ES UN SANTO?

Un santo es aquel neurótico que se sintió salvado, 
aquella prostituta que se dejó amar en serio, 
aquel herido que se dejó curar, 
aquella angustiada que se dejó alegrar la vida, 
aquel mentiroso que fue encontrado por la Verdad, 
aquella sedienta que bebió del agua Viva, 
aquel pobre que se dejó enriquecer, 
aquella rica que se dejó empobrecer, 
aquel pretensioso que se dejó llenar el alma de Dios, 
aquella avara que abandonó su última moneda, 
aquel infeliz que se dejó de quejar,
aquella guerrillera que la paz le besó los bordes de su alma, 
aquel torpe que se dejó cincelar por la sabiduría de otros, 
aquella miedosa que se dejó ayudar por los cirineos de la historia, 
aquel político fiel a sus convicciones aunque se haya embarrado, 
aquella que no se escandalizó del LGTB y bogó por vidas dignificadas,
aquel que cuidó al enfermo y pagó su cuenta al regresar de su trabajo, 
aquella que amamantó en la dificultad porque su alimento era la fe y el amor, 
aquel que trabajó día y noche como su Padre, 
aquella que se hizo próxima al dolor del sufriente para lavar sus lágrimas, 
aquel que sin saberlo alababa a Dios con sonrisas esparcidas por el mundo, 
Continuará...

Catequesis sobre la Misa

¿Por qué tengo que ir a misa precisamente el domingo y no puedo cumplir mi obligación cualquier día de la semana que me venga bien?
Esta dificultad ya la ha visto la Iglesia y ha dispuesto que se pueda cumplir también la víspera, ya que hoy día el sábado forma parte del fin de semana para todos. Pero no se trata de cumplir una obligación fácilmente mudable, sino que vamos a celebrar «El Día del Señor». Y el Señor resucitó un domingo, no un martes o un jueves.
El domingo cristiano tiene además una antigüedad que entronca con la misma tradición de los apóstoles: “La Iglesia, por una tradición[1] apostólica que trae su origen del mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días en el día que es llamado Día del Señor o Domingo” (S.C. 106).
Los días ordinarios suprimimos algunos ritos festivos que se hacen los domingos; pero, empleando el lenguaje simbólico, el sacerdote hace en figura lo que los acólitos realizan los domingos, se suprime el gloria o el credo, tal vez en vez de cantar, se recita el Sanctus o el Cordero de Dios… pero entendiendo la Misa dominical, fácilmente se entiende también la misa diaria.
Por eso en las hojas siguientes vamos a hablar sobre todo de la Misa del Domingo. La misa diaria es prácticamente lo mismo, pero la del Domingo es algo especial, porque como dice el Concilio, “...cada semana en el día que se llamó «del Señor» conmemora la Iglesia la resurrección de su Esposo, que una vez al año celebra también junto con su santa Pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua” (S.C. 102).
El domingo ha tenido siempre un lugar privilegiado para el Pueblo de Dios, en el Antiguo Testamento se celebraba el sábado y los judíos actuales lo siguen celebrando para recordar el séptimo día de Yahveh.
Para nosotros no es una simple cristianización del descanso semanal, sino algo específico, aunque durante los primeros años de la Iglesia fueron un eco de las costumbres judías. Sin embargo, al ser la fiesta algo específicamente cristiano, no se celebra el último día de la semana a semejanza del descanso divino, sino el primero, como un comienzo de una nueva vida.
No estará de más un recuerdo de la historia de estas reuniones semanales de carácter religioso, que veremos la próxima semana.



[1] En el estudio de la evolución de las formas del culto, la Historia se llama Tradición o transmisión de un continuo profundizar de la Iglesia en el misterio de Cristo.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Festividad de Todos los Santos


La Palabra

Al ver a la multitud, subió al monte. Se sentó y se le acercaron los discípulos. Tomó la palabra y los instruyó en estos términos: Dichosos los pobres de corazón, porque el reinado de Dios les pertenece. Dichosos los afligidos, porque serán consolados. Dichosos los desposeídos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque serán tratados con misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa del bien, porque el reinado de Dios les pertenece. Dichosos vosotros cuando os injurien, os persigan y os calumnien de todo por mi causa. Estad alegres y contentos pues vuestra paga en el cielo es abundante.
(Mt 5, 1-12a)

El Comentario

“Dichosos los misericordiosos, porque serán tratados con misericordia.

El próximo 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada, dará comienzo el Año Santo de la Misericordia. Nosotros tendremos la oportunidad de experimentar la misericordia que Dios tiene siempre para con nosotros, pero de una manera más patente.
El Señor siempre nos trata con misericordia, el problema muchas veces es que, por un lado no nos lo terminamos de creer, y por el otro, que no somos capaces de vivirlo. No somos conscientes de que Jesús fue misericordioso con todos aquellos que se le acercaron, que tuvo palabras y gestos para todos aquellos que estaban excluidos, que no contaban, que…
Ahora nosotros somos esos, y podemos vivirlo, si queremos.

 En la Red

Los que tenemos el privilegio de tener familia grande, sabemos que la relación entre hermanos es compleja. A medida que pasan los años, nos vamos conociendo mejor los unos a los otros y aprendemos a "cogernos el punto". Sin embargo, con algunos la relación se puede enquistar por distintos motivos como el dinero, las envidias, o incluso acontecimientos de la infancia que nos afectaron enormemente y que no hemos conseguido perdonar.
Es como si estuviéramos condenados. Porque a pesar de todas las historias, los celos y los problemas que haya entre hermanos, no podemos hacer nada por cortar esa relación; al contrario que con los amigos, uno nunca deja de ser hermano de alguien. Por mucho que un hermano haga algo horrible, siempre será tu hermano, y a pesar de que el tiempo o la distancia se interpongan, esa unión siempre permanece. Nos gustará más o menos lo que hacen, y con algunos nos llevaremos mejor que con otros, pero siempre serán tus hermanos. Además, los hermanos dicen mucho de quiénes somos, y el vínculo que se crea en los primeros años de vida es imborrable.
Y es precisamente ese vínculo el que es reflejo del amor de Dios. Porque los hermanos nos acompañan en el camino de la vida. Los amigos y los padres son importantes, pero los primeros cambian y los segundos, salvo tristes excepciones, suelen morir antes que nosotros. Por eso la relación con los hermanos tiene mucho de promesa: la promesa de Dios de que no estamos solos, y de que Él está con nosotros todos los días (Mt 28, 20). Quizá, como ocurre con Dios, los hermanos no estén de la manera que esperamos, pero siempre están ahí. Y la relación nunca es perfecta. Pero vivir con la certeza de que tenemos compañeros en el a veces duro viaje de la vida es algo por lo que sólo podemos estar agradecidos a Dios. Agradecidos por un regalo tan grande como el de tener hermanos.

Una mirada a Roma

El mensaje de la Declaración Nostra ætate es siempre actual, Catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas buenos días,
En las Audiencias generales hay a menudo personas o grupos pertenecientes a otras religiones; pero hoy esta presencia es del todo particular, para recordar juntos el 50º aniversario de la Declaración del Concilio Vaticano II Nostra aetate sobre las relaciones de la Iglesia Católica con las religiones no cristianas. Este tema estaba fuertemente en el corazón del beato Papa Pablo VI, que en la fiesta de Pentecostés del año anterior al final del Concilio había instituido el Secretariado para los no cristianos, hoy Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Expreso por eso mi gratitud y mi calurosa bienvenida a personas y grupos de diferentes religiones, que hoy han querido estar presentes, especialmente a quienes vienen de lejos.
El Concilio Vaticano II ha sido un tiempo extraordinario de reflexión, diálogo y oración para renovar la mirada de la Iglesia Católica sobre sí misma y sobre el mundo. Una lectura de los signos de los tiempos en miras a una actualización orientada a una doble fidelidad: fidelidad a la tradición eclesial y fidelidad a la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. De hecho Dios, que se ha revelado en la creación y en la historia, que ha hablado por medio de los profetas y completamente en su Hijo hecho hombre (cfr Heb 1,1), se dirige al corazón y al espíritu de cada ser humano que busca la verdad y los caminos para practicarla.
El mensaje de la Declaración Nostra aetate es siempre actual. Recuerdo brevemente algunos puntos:
·        La creciente interdependencia de los pueblos ( cfr n. 1);
·        La búsqueda humana de un sentido de la vida, del sufrimiento, de la muerte, preguntas que siempre acompañan nuestro camino (cfr n.1);
·        El origen común y el destino común de la humanidad (cfr n. 1);
·        La unicidad de la familia humana (cfr n. 1);
·        Las religiones como búsqueda de Dios o del Absoluto, en el interior de las varias etnias y culturas (cfr n. 1);
·        La mirada benévola y atenta de la Iglesia sobre las religiones: ella no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de bello y verdadero (cfr n. 2);
·        La Iglesia mira con estima los creyentes de todas las religiones, apreciando su compromiso espiritual y moral (cfr n. 3);
·        La Iglesia abierta al diálogo con todos, y al mismo tiempo fiel a la verdad en la que cree, por comenzar en aquella que la salvación ofrecida a todos tiene su origen en Jesús, único salvador, y que el Espíritu Santo está a la obra, fuente de paz y amor.
Son tantos los eventos, las iniciativas, las relaciones institucionales o personales con las religiones no cristianas de estos últimos cincuenta años, y es difícil recordar todos. Un hecho particularmente significativo ha sido el Encuentro de Asís del 27 de octubre de 1986. Este fue querido y promovido por san Juan Pablo II, quien un año antes, es decir hace treinta años, dirigiéndose a los jóvenes musulmanes en Casablanca deseaba que todos los creyentes en Dios favorecieran la amistad y la unión entre los hombres y los pueblos (19 de agosto de 1985). La llama, encendida en Asís, se ha extendido en todo el mundo y constituye un signo permanente de esperanza.
Una especial gratitud a Dios merece la verdadera y propia transformación que ha tenido en estos 50 años la relación entre cristianos y judíos. Indiferencia y oposición se transformaron en colaboración y benevolencia. De enemigos y extraños nos hemos transformado en amigos y hermanos. El Concilio, con la Declaración Nostra aetate, ha trazado el camino: “si” al redescubrimiento de las raíces judías del cristianismo; “no” a cualquier forma de antisemitismo y condena de todo insulto, discriminación y persecución que se derivan. El conocimiento, el respeto y la estima mutua constituyen el camino que, si vale en modo peculiar para la relación con los judíos, vale análogamente también para la relación con las otras religiones. Pienso en particular en los musulmanes, que -como recuerda el Concilio- «adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y omnipotente, creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres» (Nostra aetate, 5). Ellos se refieren a la paternidad de Abraham, veneran a Jesús como profeta, honran a su Madre virgen, María, esperan el día del juicio, y practican la oración, la limosna y el ayuno (cfr ibid).
El diálogo que necesitamos no puede ser sino abierto y respetuoso, y entonces se revela fructífero. El respeto recíproco es condición y, al mismo tiempo, fin del diálogo interreligioso: respetar el derecho de otros a la vida, a la integridad física, a las libertades fundamentales, es decir a la libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión y de religión.
El mundo nos mira a nosotros los creyentes, nos exhorta a colaborar entre nosotros y con los hombres y las mujeres de buena voluntad que no profesan alguna religión, nos pide respuestas efectivas sobre numerosos temas: la paz, el hambre, la miseria que aflige a millones de personas, la crisis ambiental, la violencia, en particular aquella cometida en nombre de la religión, la corrupción, el degrado moral, la crisis de la familia, de la economía, de las finanzas y sobre todo de la esperanza. Nosotros creyentes no tenemos recetas para estos problemas, pero tenemos un gran recurso: la oración. Y nosotros creyentes rezamos, debemos rezar. La oración es nuestro tesoro, a la que nos acercamos según nuestras respectivas tradiciones, para pedir los dones que anhela la humanidad.
A causa de la violencia y del terrorismo se ha difundido una actitud de sospecha o incluso de condena de las religiones. En realidad, aunque ninguna religión es inmune del riesgo de desviaciones fundamentalistas o extremistas en individuos o grupos (cfr Discurso al Congreso EEUU, 24 de septiembre de 2015), es necesario mirar los valores positivos que viven y proponen y que son fuentes de esperanza. Se trata de alzar la mirada para ir más allá. El diálogo basado sobre el confiado respeto puede llevar semillas de bien que se transforman en brotes de amistad y de colaboración en tantos campos, y sobre todo en el servicio a los pobres, a los pequeños, a los ancianos, en la acogida de los migrantes, en la atención a quien es excluido. Podemos caminar juntos cuidando los unos de los otros y de lo creado. Todos los creyentes de cada religión. Juntos podemos alabar al Creador por habernos dado el jardín del mundo para cultivar y cuidar como bien común, y podemos realizar proyectos compartidos para combatir la pobreza y asegurar a cada hombre y mujer condiciones de vida dignas.
El Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que está delante de nosotros, es una ocasión propicia para trabajar juntos en el campo de las obras de caridad. Y en este campo, donde cuenta sobretodo la compasión, pueden unirse a nosotros tantas personas que no se sienten creyentes o que están en búsqueda de Dios y de la verdad, personas que ponen al centro el rostro del otro, en particular el rostro del hermano y de la hermana necesitados. Pero la misericordia a la cual somos llamados abraza a todo el creado, que Dios nos ha confiado para ser cuidadores y no explotadores, o peor todavía, destructores. Debemos siempre proponernos dejar el mundo mejor de como lo hemos encontrado (cfr Enc. Laudato si’, 194), a partir del ambiente en el cual vivimos, de nuestros pequeños gestos de nuestra vida cotidiana.
Queridos hermanos y hermanas, en cuanto al futuro del diálogo interreligioso, la primera cosa que debemos hacer es rezar. Y rezar los unos por los otros, somos hermanos. Sin el Señor, nada es posible; con Él, ¡todo se convierte! Que nuestra oración pueda, cada uno según la propia tradición, pueda adherirse plenamente a la voluntad de Dios, quien desea que todos los hombres se reconozcan hermanos y vivan como tal, formando la gran familia humana en la armonía de la diversidad. Gracias. (Traducido por Mercedes De La Torre – Radio Vaticano).

La Misa (02)

Pero no todo es símbolo. Ni toda experiencia simbólica es religiosa. Al ser una experiencia no natural sino estudiadamente puesta, debe seguir unas normas para que su lectura sea adecuada y única. El símbolo litúrgico ha de estar reglamentado. Nada hay tan reglamentado como un juego.
Un ejemplo: la antorcha olímpica puede no pasar de un simple signo si se halla en un céntrico escaparate para que todos la admiren o al menos sepan cómo es. Pero el hecho de llevarla a la carrera y aplicarla al pebetero olímpico encendiendo el fuego es algo más. Es una experiencia visible del atleta que corre sudoroso, aunque nadie le prohíbe que vaya más despacio; y llega a la hora fijada para encender un fuego inútil que no calentará a nadie ni iluminará nada. Pero todo el mundo comprende que allí no sólo hay un fuego que arde constantemente, sino que significa que allí hay una reunión muy especial y que, dado el uniforme y las maneras del que trajo la antorcha, se trata de una importante reunión deportiva. El símbolo no quiere significar más que eso, pero lo significa adecuadamente. Claro que el símbolo no lo explica todo. Cuando se observa el fuego olímpico encendido por el atleta, hay gente que sabe el número de Juegos celebrados en la época moderna de los mismos, cómo se llamaba el atleta que portó el último la antorcha y hasta la marca en 1.500 metros que ostenta. El símbolo no lo expresa todo sino una cosa concreta. Como cualquier idioma. Pero es necesaria alguna iniciación en el sentido del símbolo y entonces se ve muy claro.
La Iglesia ha adoptado, como una tradición que pasa por Jesús, el lenguaje simbólico. Los sacramentos, tan enraizados de una u otra manera en la Eucaristía, verdadera Presencia, son símbolos auténticos, no sólo signos, que se entienden a poco que se reflexione: que la Eucaristía es un alimento o que el bautismo lava no es preciso explicárselo a nadie, aunque no lo digan todo. Son símbolos perfectos.
La Misa está toda ella rodeada de símbolos. Y si no se mira así, no se entiende, como le ocurre a mucha gente. Y no sólo el Pan consagrado, supremo símbolo de nuestra fe; las posturas, respuestas colectivas, la provocada solemnidad de ciertos momentos, hasta el tono de voz y los silencios son símbolos que todos aceptan, todos entienden y todos practican.
Para quien sabe ver las cosas, esos símbolos le hablan de cosas sobrenaturales que no se pueden probar, pero se aprenden en el evangelio y que aquí están realizadas y explicadas en la práctica, que es el lenguaje simbólico.
Había enviado Juan a unos hombres para que preguntaran a Jesús si era o no el Mesías. Pero Jesús se acogió a los símbolos y les respondió:
«Id a informar a Juan de lo que habéis visto y oído: ciegos recobran la vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan, pobres reciben la buena noticia» (Lc 7, 22).
Los símbolos de la misa son tan continuos que no es fácil verlos y desentrañarlos todos a la primera. Muchos ritos oscuros se mantienen históricamente o por otras causas. La misma fracción del pan, que desde los apóstoles da nombre al Sacrificio, hoy día pasa casi desapercibida y sin relieve. El sacerdote con su actitud, el silencio de la asamblea, las posturas de los ministros, etc. empleando el lenguaje simbólico pueden revalorizar este signo fundamental.
Todo sacramento es un símbolo en la Iglesia y ésta, por designio de su Fundador, no es democrática. Por eso, en reuniones eclesiales debe haber siempre uno que presida, símbolo de Jesús, Cabeza del cuerpo total y único intercesor ante el Padre.
En este sentido hay un impresionante testimonio en la Iglesia primitiva. Es de 5. Ignacio de Antioquía, de principios del siglo II, cuando era conducido a Roma para ser ejecutado, el año 106 nada menos.
Camino del martirio escribió unas cartas memorables, en las que vertía la doctrina recibida directamente de los apóstoles. Hizo una parada en Esmirna rodeado por sus carceleros. Y días más tarde escribió a los cristianos que había saludado en Esmirna.
Después de disertar sobre la caridad, les adoctrina sobre la Eucaristía:
Que nadie, sin contar con el obispo, haga nada de cuanto atañe a la Iglesia1. Sólo aquella Eucaristía que se celebre por el Obispo o por quien de él tenga autoridad, ha de tenerse por válida (Carta a los Esmirniotas, 8).
El simbolismo de los sacramentos se agudiza en el caso de la Eucaristía, porque no son sólo cosa de la Iglesia, sino de Alguien Superior. La Iglesia no somos nosotros, sino que nosotros somos parte de la Iglesia. El que hace la lectura, por ejemplo, no es simplemente un portavoz nuestro o de Dios, es una parte de la Iglesia que habla por él.
1 Este texto parece una copia de lo que determina el Concilio Vaticano II: «Nadie, aunque sea sacerdote, añada quite o cambie cosa alguna en la Liturgia por propia iniciativa» (S.C. 23,3)

Año de la Misericordia

¿Cuándo va a suceder esto?

El Año Santo se abrirá el 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción. Esta fiesta litúrgica indica el modo de obrar de Dios desde los albores de nuestra historia. Después del pecado de Adán y Eva, Dios no quiso dejar la humanidad en soledad y a merced del mal. Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor (cfr Ef 1,4), para que fuese la Madre del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona.
Abriré la Puerta Santa en el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II. Los Padres reunidos en el Concilio habían percibido intensamente, como un verdadero soplo del Espíritu, la exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo en un modo más comprensible. Había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo. Una nueva etapa en la evangelización de siempre. Un nuevo compromiso para todos los cristianos de testimoniar con mayor entusiasmo y convicción la propia fe. La Iglesia sentía la responsabilidad de ser en el mundo signo vivo del amor del Padre.
El Año jubilar se concluirá en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de 2016. En ese día, cerrando la Puerta Santa, tendremos ante todo sentimientos de gratitud y de reconocimiento hacia la Santísima Trinidad por habernos concedido un tiempo extraordinario de gracia.

(cf. Misericordiae vultus nn 3-5)