domingo, 24 de marzo de 2013

Domingo de Ramos C


El velo del templo se rasgó, Dios es para todos

La Palabra

Is 50, 4-7  //  Sal 21  //  Flp 2, 6-11
Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles y les dijo: ---Cuánto he deseado comer con vosotros esta víctima pascual antes de mi pasión. Os aseguro que no volveré a comerla hasta que alcance su cumplimiento en el reino de Dios. Y tomando la copa, dio gracias y dijo: ---Tomad esto y repartidlo entre vosotros. Os digo que en adelante no beberé del fruto de la vid hasta que no llegue el reinado de Dios. Tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: ---Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. Igualmente tomó la copa después de cenar y dijo: ---Ésta es la copa de la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros. Pero, ¡atención!, que la mano del que me entrega está conmigo en la mesa. Este Hombre sigue el camino que se le ha fijado; pero, ¡ay de aquél que lo entrega! Ellos comenzaron a preguntarse entre sí quién de ellos era el que iba a entregarlo. Luego surgió una disputa entre ellos sobre quién de ellos se consideraba el más importante. Jesús les dijo: ---Los reyes de los paganos los tienen sometidos y los que imponen su autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no seáis así; antes bien, el más importante entre vosotros sea como el más joven y el que manda como el que sirve. ¿Quién es mayor? ¿El que está a la mesa o el que sirve? ¿No lo es, acaso, el que está a la mesa? Pero yo estoy en medio de vosotros como quien sirve. Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en las pruebas, y yo os encomiendo el reino como mi Padre me lo encomendó: para que comáis y bebáis y os sentéis en doce tronos para regir a la doce tribus de Israel. ---Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he rezado por ti para que no falle tu fe. Y tú, una vez convertido, fortalece a tus hermanos. Pedro le respondió: ---Señor, yo estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte. Le respondió Jesús: ---Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes de que hayas negado tres veces que me conoces. Y les dijo: ---Cuando os envié sin bolsa ni alforja ni sandalias, ¿os faltó algo? Contestaron: ---Nada. Les dijo: ---Pues ahora quien tenga bolsa lleve también alforja, quien no la tenga, venda el manto y compre una espada. Os digo que se ha de cumplir en mí lo escrito: fue tenido por malhechor. Todo lo que se refiere a mí toca a su fin. Le dijeron: ---Señor, aquí hay dos espadas. Les contestó: ---Basta ya. Salió y se dirigió según costumbre al monte de los Olivos y le siguieron los discípulos. Al llegar al lugar, les dijo: ---Pedid no sucumbir en la prueba. Se apartó de ellos como a un tiro de piedra, se arrodilló y oraba: ---Padre, si quieres, aparta de mí esta copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. [[Se le apareció un ángel del cielo que le dio fuerzas. Y, en medio de la angustia, oraba más intensamente. Le corría el sudor como gotas de sangre cayendo al suelo.]] Se levantó de la oración, se acercó a sus discípulos y los encontró dormidos de tristeza; y les dijo: ---¿Por qué estáis dormidos? Levantaos y pedid no sucumbir en la prueba. Todavía estaba hablando, cuando llegó un gentío. El llamado Judas, uno de los Doce, se les adelantó, se acercó a Jesús y le besó. Jesús le dijo: ---Judas, ¿con un beso entregas a este Hombre? Viendo lo que iba a pasar, los que estaban con él dijeron: ---Señor, ¿herimos a espada? Uno de ellos dio un tajo al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús le dijo: ---Ya basta. Y tocándole la oreja, lo sanó. Después dijo Jesús a los sumos sacerdotes, guardias del templo y senadores que habían venido a arrestarlo: ---¿Habéis salido armados de espadas y palos como si se tratara de un asaltante? Diariamente estaba con vosotros en el templo y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora, el dominio de las tinieblas. Lo arrestaron, lo condujeron y lo metieron en casa del sumo sacerdote. Pedro le seguía a distancia. Habían encendido fuego en medio del patio y estaban sentados alrededor; Pedro se sentó entre ellos. Una criada lo vio sentado junto al fuego, lo miró fijamente y dijo: ---También éste estaba con él. Pedro lo negó diciendo: ---No lo conozco, mujer. A poco, otro lo vio y dijo: ---También tú eres uno de ellos. Pedro respondió: ---No lo soy, hombre. Como una hora más tarde otro insistía: ---Realmente éste estaba con él, pues, también es galileo. Pedro contestó: ---No sé lo que dices, hombre. Al punto, cuando aún estaba hablando, cantó el gallo. El Señor se volvió y miró a Pedro; éste recordó lo que le había dicho el Señor: Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces. Salió afuera y lloró amargamente. Quienes habían arrestado a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban. Tapándole los ojos le decían: ---Adivina quién te ha pegado. Y le decían otras muchas injurias. Al hacerse de día se reunieron los senadores del pueblo, los sumos sacerdotes y letrados, lo condujeron ante el Consejo y le dijeron: ---Si tú eres el Mesías, dínoslo. Les respondió: ---Si os lo digo, no me creeréis, y si pregunto, no me responderéis. Pero en adelante el Hijo del Hombre estará sentado a la diestra de la Majestad de Dios. Dijeron todos: ---Entonces, ¿eres tú el Hijo de Dios? Contestó: ---Como decís: Yo soy. Replicaron: ---¿Qué falta nos hacen los testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca.

Levantándose todos a una, lo condujeron ante Pilato. Y empezaron la acusación: ---Hemos encontrado a éste agitando a nuestra nación, oponiéndose a que paguen tributo al césar y declarándose Mesías rey. Pilato le preguntó: ---¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le respondió: ---Tú lo dices. Pero Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud: ---No encuentro culpa alguna en este hombre. Ellos insistían: Está agitando a todo el pueblo enseñando por toda Judea; empezó en Galilea y ha llegado hasta aquí. Al oír esto, Pilato preguntó si aquel hombre era galileo; y, al saber que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, lo remitió a Herodes, que se encontraba por entonces en Jerusalén. Herodes se alegró mucho de ver a Jesús. Hacía tiempo que tenía ganas de verlo, por lo que oía de él, y esperaba verlo haciendo algún milagro. Le hizo muchas preguntas, pero él no le respondió. Los sumos sacerdotes y los letrados estaban allí, insistiendo en sus acusaciones. Herodes con sus soldados lo trataron con desprecio y burlas, y echándole encima un manto espléndido, lo remitió a Pilato. Aquel día Herodes y Pilato que hasta entonces habían estado enemistados, establecieron buenas relaciones. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo: ---Me habéis traído a este hombre alegando que agita al pueblo. Mirad, yo lo he examinado en vuestra presencia y no encuentro en este hombre ninguna culpa de las que lo acusáis. Tampoco Herodes, pues me lo ha remitido y resulta que no ha cometido nada que merezca la muerte. Le impondré un castigo y lo dejaré libre. [[Por la fiesta tenía que soltarles a un preso.]] Pero ellos gritaron a una: ---¡Afuera con él! Déjanos libre a Barrabás. Barrabás estaba preso por un motín en la ciudad y un homicidio. Pilato se dirigió de nuevo a ellos, intentando dejar libre a Jesús; pero ellos gritaban: ---¡Crucifícalo, crucifícalo! Por tercera vez les habló: ---Pero, ¿qué delito ha cometido? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Le impondré un castigo y lo dejaré libre. Pero ellos insistían a grandes voces pidiendo que lo crucificara; y redoblaban los gritos. Entonces Pilato decretó que se hiciera lo que el pueblo pedía. Dejó libre al que pedían, que estaba preso por motín y homicidio, y entregó a Jesús al capricho de ellos. Cuando lo conducían, agarraron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres llorando y lamentándose por él. Jesús se volvió y les dijo: ---Vecinas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegará un día en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, los vientres que no parieron, los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a las colinas: Sepultadnos. Porque si así tratan al árbol lozano, ¿qué no harán con el seco? Conducían con él a otros dos malhechores para ejecutarlos. Cuando llegaron al lugar llamado La Calavera, los crucificaron a él y a los malhechores: uno a la derecha y otro a la izquierda. [[Jesús dijo: ---Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.]] Después se repartieron su ropa echándola a suerte. El pueblo estaba mirando y los jefes se burlaban de él diciendo: ---Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si es el Mesías, el predilecto de Dios. También los soldados se burlaban de él. Se acercaban a ofrecerle vinagre y le decían: ---Si eres el rey de los judíos, sálvate. Encima de él había una inscripción que decía: Éste es el rey de los judíos. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ---¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros. Pero el otro lo reprendió diciendo: ---¿No tienes temor de Dios, tú, que sufres la misma pena? Lo nuestro es justo, recibimos la paga de nuestros delitos; éste, en cambio, no ha cometido ningún crimen. Y añadió: ---Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí. Jesús le contestó: ---Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso. Era mediodía; se ocultó el sol y todo el territorio quedó en tinieblas hasta media tarde. El velo del santuario se rasgó por el medio. Jesús gritó con voz fuerte: ---Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Dicho esto, expiró. Al ver lo que sucedía, el centurión glorificó a Dios diciendo: ---Realmente este hombre era inocente. Toda la multitud que se había congregado para el espectáculo, al ver lo sucedido, se volvía dándose golpes de pecho. Sus conocidos se mantenían a distancia, y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea lo observaban todo. Había un hombre llamado José, natural de Arimatea, ciudad de Judea. Pertenecía al Consejo, era justo y honrado y no había consentido en la decisión de los otros ni en su ejecución, y esperaba el reino de Dios. Acudió a Pilato y le pidió el cadáver de Jesús. Lo descolgó, lo envolvió en una sábana y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca, en el que todavía no habían enterrado a nadie. Era el día de la preparación y estaba al caer el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás para observar el sepulcro y cómo habían colocado el cadáver. Se volvieron, prepararon aromas y ungüentos, y el sábado guardaron el descanso de precepto.
(Lc 22,14 – 23,56)

El Comentario

Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he rezado por ti para que no falle tu fe. Y tú, una vez convertido, fortalece a tus hermanos.
Con el Domingo de Ramos se da comienzo a la Semana Santa. Tras la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, acto seguido se le apresa como a un vulgar asaltador, como un ladrón, como a lo peor de la sociedad.
Pero antes de que esto acontezca, antes de que termine sus días de esta  cruel forma, nos deja su testamento.
Primeramente, nos indica y Él mismo se pone manos a la obra, como debe amarse a los hermanos, desde el servicio, desde la entrega total, siendo el primero, de los últimos. Se quitó todo y se puso a lavarles los pies.
Luego, se entregó el mismo, nos enseñó cómo hacerlo presente todos y cada uno de los días, donde ir a buscarlo, donde encontrarlo.
Y finalmente pidió por Pedro, sabiendo que lo iba a negar, que lo iba a traicionar, pese a todo, pidió por él, para que una vez puesto a prueba y tentado, una vez reconvertido tuviera la fuerza y el valor suficiente para cargar con todo el peso de la Iglesia, y ser él el que tirase de todos nosotros.
Finalmente se entregó a la muerte, bajó a los infiernos y resucitó al tercer día.
Y ahora, ¿cómo vivimos nosotros todo esto? Sin duda que seguir su ejemplo se nos hace muy difícil y complicado. No pasa un día en el que no queramos estar por encima de los demás, tener razón, no dar el brazo a torcer, no pedir disculpas a los demás por los daños que les podemos causas, no ser conscientes que incluso queriéndolos somos capaces de herirles.
Jesús es consciente de todas nuestras debilidades, pero con eso y con todo nos perdona, una y otra vez, nos reprende, y reza para que como a Pedro, no nos falle la fe. Pero nosotros no somos capaces de pedirle a Él que nos ayude a llevar nuestra carga, que la haga ligera, que no paguen nuestros hermanos nuestros errores.
¡Ojalá no nos falle la fe!

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