La Palabra
Yo soy la vid verdadera
y mi Padre es el viñador. Los sarmientos que en mí no dan fruto los arranca; los
que dan fruto los poda, para que den aún más fruto. Vosotros ya estáis limpios por
la palabra que os he dicho. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento
no puede dar fruto por sí solo, si no permanece en la vid, tampoco vosotros, si
no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: quien permanece en
mí y yo en él dará mucho fruto; pues sin mí no podéis hacer nada. Si uno no permanece
en mí, lo tirarán afuera como el sarmiento y se secará: los recogen, los echan al
fuego y se queman. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis
lo que queráis y os sucederá. Mi Padre será glorificado si dais fruto abundante
y sois mis discípulos.
(Jn 15, 1-8)
El Comentario
“pediréis
lo que queráis y os sucederá”
Que bonito suena, yo pido y Él me lo da. ¿A que sería estupendo? Pero, ¿sucede así?
Lo que parece sencillo no lo es tanto, o si, según se
mire. Es cuestión de confianza, de confiar en que aquello que pedimos sea lo
que realmente necesitamos, no para nosotros, sino para que esto nos haga
entregarnos a los demás. El problema es que somos muy egoístas, que sólo nos
miramos el ombligo y en cuanto hay una dificultad, venga pedir (para nosotros,
claro). Pero ¿realmente estamos unidos a Cristo? vemos y sentimos como Él? ¿Él
es el tronco de donde bebemos y nos alimentamos? ¡Piénsalo!
Y… ¿Qué diría Santa Teresa?
Camino de Perfección,
capítulo 21.
2. Ahora, tornando a los
que quieren ir por él [el camino real para el cielo que es la oración] y no parar
hasta el fin, que es llegar a beber de esta agua de vida, cómo han de comenzar,
digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de
no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese
lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se
muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera
se hunda el mundo, como muchas veces acaece con decirnos: "hay peligros",
"fulana por aquí se perdió", "el otro se engañó", "el otro,
que rezaba mucho, cayó", "hacen daño a la virtud", "no es para
mujeres, que les podrán venir ilusiones", "mejor será que hilen",
"no han menester esas delicadeces", "basta el Paternóster y Avemaría".
3. Esto así lo digo yo,
hermanas, y ¡cómo si basta! Siempre es gran bien fundar vuestra oración sobre oraciones
dichas de tal boca como la del Señor (...)
4. Siempre yo he sido
aficionada y me han recogido más las palabras de los Evangelios que libros muy concertados
(...) Allegada, pues, a este Maestro de la sabiduría, quizá me enseñará alguna consideración
que os contente (...)
5. Por eso, ningún caso
hagáis de los miedos que os pusieren ni de los peligros que os pintaren (...) Pues
cuando yendo (...) por camino real y por camino seguro, por el que fue nuestro Rey
y por el que fueron todos sus escogidos y santos, os dicen hay tantos peligros y
os ponen tantos temores, los que van, a su parecer, a ganar este bien sin camino,
¿qué son los peligros que llevarán?
6. ¡Oh hijas mías!, que
muchos más sin comparación, sino que no los entienden hasta dar de ojos en el verdadero
peligro, cuando no hay quien les dé la mano, y pierden del todo el agua sin beber
poca ni mucha, ni de charco ni de arroyo. Pues ya veis, sin gota de esta agua ¿cómo
se pasará camino adonde hay tantos con quien pelear? Está claro que al mejor tiempo
morirán de sed; porque, queramos que no, hijas mías, todos caminamos para esta fuente,
aunque de diferentes maneras. Pues creedme vosotras y no os engañe nadie en mostraros
otro camino sino el de la oración.
Una Mirada a Roma
Jesús nos enseña que la obra de arte de la sociedad es la familia
La familia: el matrimonio (I)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Nuestra reflexión sobre el designio originario de Dios sobre
la pareja hombre-mujer, después de haber considerado las dos narraciones del Libro
del Génesis, se dirige ahora directamente a Jesús.
El evangelista Juan, al comienzo de su Evangelio, narra el
episodio de las bodas de Caná, en las cuales estaban presentes la Virgen María y
Jesús, con sus primeros discípulos (cfr. Jn 2, 1-11). ¡Jesús no sólo participó en
aquel matrimonio, sino que “salvó la fiesta” con el milagro del vino! Por lo tanto,
el primero de sus signos prodigiosos, con el cual Él revela su gloria, lo cumplió
en el contexto de un matrimonio y fue un gesto de gran simpatía por aquella familia
naciente, solicitado por el apremio materno de María. Y esto nos hace recordar el
libro del Génesis, cuando Dios terminó la obra de la creación y hace su obra maestra;
la obra maestra es el hombre y la mujer. Y aquí precisamente Jesús comienza sus
milagros, con esta obra maestra, en un matrimonio, en una fiesta de bodas: un hombre
y una mujer. Así Jesús nos enseña que la obra maestra de la sociedad es la familia:
¡el hombre y la mujer que se aman! ¡Ésta es la obra maestra!
Desde los tiempos de las bodas de Caná, tantas cosas han cambiado,
pero aquel “signo” de Cristo contiene un mensaje siempre válido.
Hoy, no parece fácil hablar del matrimonio como de una fiesta
que se renueva en el tiempo, en las diversas estaciones de la entera vida de los
cónyuges. Es un hecho que las personas que se desposan son siempre menos. Esto es
un hecho: los jóvenes no quieren casarse. En muchos países en cambio aumenta el
número de las separaciones, mientras disminuye el número de los hijos. La dificultad
para quedarse juntos – ya sea como pareja que como familia – lleva siempre a romper
los vínculos siempre con mayor frecuencia y rapidez, y precisamente los hijos son
los primeros en pagar las consecuencias. Pero pensemos que las primeras víctimas,
las víctimas más importantes, las víctimas que sufren más en una separación son
los hijos. Si experimentas desde pequeño que el matrimonio es un vínculo “a tiempo
determinado”, inconscientemente para ti será así. En efecto, muchos jóvenes son
llevados a renunciar al proyecto mismo de un vínculo irrevocable y de una familia
duradera. Creo que debemos reflexionar con gran seriedad sobre el porqué tantos
jóvenes “no se sienten” de casarse. Existe esta cultura de lo provisorio…todo es
provisorio, parece que no hay algo definitivo.
Ésta de los jóvenes que no quieren casarse es una de las preocupaciones
que surgen en el día de hoy: ¿por qué los jóvenes no se casan? ¿Por qué a menudo
prefieren una convivencia y tantas veces “a responsabilidad limitada”? ¿Por qué
muchos – también entre los bautizados – tienen poca confianza en el matrimonio y
en la familia? Es importante tratar de entender, si queremos que los jóvenes puedan
encontrar el camino justo para recorrer. ¿Por qué no tienen confianza en la familia?
Las dificultades no son sólo de carácter económico, si bien
estas son realmente serias. Muchos consideran que el cambio sucedido en estos últimos
decenios haya sido puesto en marcha por la emancipación de la mujer. Pero ni siquiera
este argumento es válido. ¡Pero ésta es también una injuria! ¡No, no es verdad!
Es una forma de machismo, que siempre quiere dominar a la mujer. Hacemos el papelón
que hizo Adán, cuando Dios le dijo: “¿Pero por qué has comido la fruta?” Y él: “Ella
me la dio”. Es culpa de la mujer. ¡Pobre mujer! ¡Debemos defender a las mujeres,
eh! En realidad, casi todos los hombres y las mujeres querrían una seguridad afectiva
estable, un matrimonio sólido y una familia feliz. La familia está en la cima de
todos los índices de agrado entre los jóvenes; pero, por miedo de equivocarse, muchos
no quieren ni siquiera pensar en ella; no obstante son cristianos, no piensan al
matrimonio sacramental, signo único e irrepetible de la alianza, que se transforma
en testimonio de la fe. Quizás, precisamente este miedo de fracasar es el más grande
obstáculo para acoger la palabra de Cristo, que promete su gracia a la unión conyugal
y a la familia.
El testimonio más persuasivo de la bendición del matrimonio
cristiano es la vida buena de los esposos cristianos y de la familia. ¡No hay modo
mejor para decir la belleza del sacramento! El matrimonio consagrado por Dios custodia
aquel vínculo entre el hombre y la mujer que Dios ha bendecido desde la creación
del mundo; y es fuente de paz y de bien para la entera vida conyugal y familiar.
Por ejemplo, en los primeros tiempos del Cristianismo, esta gran dignidad del vínculo
entre el hombre y la mujer venció un abuso considerado entonces completamente normal,
es decir, el derecho de los maridos de repudiar a las esposas, también con los motivos
más falsos y humillantes. El Evangelio de la familia, el Evangelio que anuncia precisamente
este sacramento ha vencido esta cultura de repudio habitual.
El germen cristiano de la radical igualdad entre los cónyuges
hoy debe traer nuevos frutos. El testimonio de la dignidad social del matrimonio
se hará persuasivo precisamente por este camino, el camino del testimonio que atrae,
el camino de la reciprocidad entre ellos, de la complementariedad entre ellos.
Por esto, como cristianos, debemos hacernos más exigentes
a este respecto. Por ejemplo: sostener con decisión el derecho a la igual retribución
por igual trabajo ¿por qué se da por cierto que las mujeres deben ganar menos que
los hombres? ¡No! ¡El mismo derecho! ¡La disparidad es un puro escándalo! Al mismo
tiempo, reconocer como riqueza siempre válida la maternidad de las mujeres y la
paternidad de los hombres, a beneficio sobre todo de los niños. Igualmente, la virtud
de la hospitalidad de las familias cristianas reviste hoy una importancia crucial,
especialmente en las situaciones de pobreza, de degrado, de violencia familiar.
Queridos hermanos y hermanas, ¡no tengamos miedo de invitar
a Jesús a la fiesta de bodas! Y no tengamos miedo de invitar a Jesús a nuestra casa,
para que esté con nosotros y custodie la familia. ¡Y también a su madre, María!
Los cristianos, cuando se desposan “en el Señor” son transformados en un signo eficaz
del amor de Dios. Los cristianos no se desposan sólo por sí mismos: se desposan
en el Señor en favor de toda la comunidad, de la entera sociedad.
De esta bella vocación del matrimonio cristiano, hablaré en
la próxima catequesis. Gracias.
Tiempo de Pascua
Jesús resucitado es como la primicia, es ya el primer
FRUTO de una cosecha venidera (1Cor 15, 20). Un fruto esperado por tantos
siglos… vencer la muerte. Un sueño histórico.
.
Tú me sigues eligiendo cada día, para dar FRUTOS
DE VIDA, también yo. Y me das tu Palabra de que permaneciendo en Ti seré fecunda.
Necesito creer en tu resurrección, entender de qué va esta vida totalmente nueva,
transfigurada, revolucionaria… Solo unida a ti, como el sarmiento a la vid, podré
entender, y podré vivir dando esos frutos de resurrección. Bebiendo de tu savia.
Dejándome podar y trabajar. PERMANECIENDO EN TI. Te lo pido Señor.
Día de la Madre
Ayúdame Señor a comprender
a mis hijos, a escuchar pacientemente lo que quieren decirme, y a responderles todas
sus preguntas con amabilidad. Evítame que los interrumpa, que les dispute o contradiga.
Hazme cortés con ellos, para que ellos sean conmigo de igual manera. Dame el valor
de confesar mis errores, y pedirles perdón cuando comprenda que he cometido una
falta. Impídeme que lastime los sentimientos de mis hijos. Prohíbeme que me ría
de sus errores, o que recurra a la afrenta y a la burla como castigo. No me permitas
que induzca a mis hijos a mentir o a robar. Guíame hora tras hora para que confirme,
por lo que digo y hago, que la honestidad es fuente de felicidad. Modera, te ruego,
la maldad en mí. Evítame que los incomode, y cuando esté malhumorada, ayúdame, Dios
mío, a callarme. Hazme ciega ante los pequeños errores de mis hijos, y auxíliame
a ver las cosas buenas que ellos hacen. Ayúdame a tratar a mis hijos como niños
de su edad, y no me permitas exigirles el juicio y convicciones de los adultos.
Facúltame para no robarles la oportunidad de confiar en sí mismos, pensar, escoger
o tomar decisiones. Oponte a que los castigue para satisfacer mi egoísmo. Socórreme,
para concederles todos los deseos que sean razonables, y apóyame, para tener el
valor de negarles las comodidades que yo comprendo que les harán daño. Hazme justa
y ecuánime, considerada y sociable para con mis hijos, de tal manera que ellos sientan
todo mi amor. Amén.
(Oración del
Papa Francisco para el Día de la Madre, 2014)