La Palabra
1lectura: Génesis 22,1-2.9-13.15-18 El sacrificio
de Abrahán, nuestro padre en la fe.
2lectura: Romanos 8,31b-34 Dios no perdonó a su
propio Hijo.
3lectura: Marcos 9,2-10 Este es mi Hijo amado.
Seis días más tarde
tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan y se los llevó aparte a una montaña
elevada. Delante de ellos se transfiguró: su ropa se volvió de una blancura
resplandeciente, tan blanca como nadie en el mundo sería capaz de blanquearla.
Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Pedro tomó la palabra
y dijo a Jesús: ---Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a armar tres tiendas:
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías --No sabía lo que decía, pues
estaban llenos de miedo--. Entonces vino una nube que les hizo sombra, y salió
de ella una voz: ---Éste es mi Hijo querido. Escuchadle. De pronto miraron en
torno y no vieron más que a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban de la
montaña les encargó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que
aquel Hombre resucitara de la muerte. Ellos cumplieron aquel encargo pero se
preguntaban qué significaría resucitar de la muerte.
(Mc 9, 2-10)
El Comentario
“estaban
llenos de miedo”
Parece mentira que unos hombres “hechos y derechos” como
eran los Apóstoles, bien curtidos, que se habían enfrentado a duras pruebas en
la vida tuvieran miedo.
No era la primera vez, ya lo habían experimentado más
veces, como por ejemplo cuando iban en la barca y les pilló la tormenta. Pero
entonces no iban con Jesús.
Y es que el seguimiento de Jesús no es sencillo, ni
fácil, y tiene riesgos y uno puede tener miedo. Pero con eso y con todo, fueron
capaces de enfrentarse a todo y llegar a todo el mundo.
Qué diría Santa Teresa
1. Esto me dijo el
Señor otro día: "¿Piensas, hija, que está el merecer en gozar? No está
sino en obrar y en padecer y en amar. No habrás oído que san Pablo estuviese
gozando de los gozos celestiales más de una vez, y muchas que padeció, y ves mi
vida toda llena de padecer y sólo en el monte Tabor habrás oído mi gozo. No pienses,
cuando ves a mi Madre me tiene en los brazos, que gozaba de aquellos contentos
sin grave tormento. Desde que le dijo Simeón aquellas palabras, la dio mi Padre
clara luz para que viese lo que Yo había de padecer. Los grandes santos que
vivieron en los desiertos, como eran guiados por Dios, así hacían graves
penitencias, y sin esto tenían grandes batallas con el demonio y consigo
mismos; mucho tiempo se pasaban sin ninguna consolación espiritual. Cree, hija,
que a quien mi Padre más ama, da mayores trabajos, y a éstos responde el amor.
¿En qué te le puedo más mostrar que querer para ti lo que quise para Mí? Mira
estas llagas, que nunca llegaron aquí tus dolores. Este es el camino de la
verdad. Así me ayudarás a llorar la perdición que traen los del mundo,
entendiendo tú esto, que todos sus deseos y cuidados y pensamientos se emplean
en cómo tener lo contrario".
2. Cuando empecé a
tener oración, estaba con tan gran mal de cabeza, que me parecía casi imposible
poderla tener. Díjome el Señor: "Por aquí verás el premio del padecer, que
como no estabas tú con salud para hablar conmigo, he Yo hablado contigo y
regaládote". Y es así cierto, que sería como hora y media, poco menos, el
tiempo que estuve recogida. En él me dijo las palabras dichas y todo lo demás.
Ni yo me divertía, ni sé adónde estaba, y con tan gran contento que no sé
decirlo, y quedóme buena la cabeza -que me ha espantado- y harto deseo de
padecer.
Es verdad que al menos yo no he oído que el Señor tuviese otro gozo en la vida sino esa vez, ni san Pablo. También me dijo que trajese mucho en la memoria las palabras que el Señor dijo a sus Apóstoles, "que no había de ser más el siervo que el Señor" (Relación en Ávila y en 1572).
Es verdad que al menos yo no he oído que el Señor tuviese otro gozo en la vida sino esa vez, ni san Pablo. También me dijo que trajese mucho en la memoria las palabras que el Señor dijo a sus Apóstoles, "que no había de ser más el siervo que el Señor" (Relación en Ávila y en 1572).
Una mirada desde Roma
DEL MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA:
SEÑOR, HAZ NUESTRO CORAZÓN SEMEJANTE AL TUYO
«La persona creyente
También como individuos tenemos la tentación de la
indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran
el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad
para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral
de horror y de impotencia?
En primer lugar, podemos orar en la comunión de la
Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas.
La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la
Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión
de esta necesidad de la oración.
En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de
caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a
los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo
propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea
pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.
Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye
un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la
fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos
humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras
posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el
amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer
que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.
Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones
de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como
un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus
caritas est, 31).
Tener un corazón misericordioso no significa tener un
corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte,
firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje
impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los
hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias
pobrezas y lo da todo por el otro.
Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con
ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz
nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón
de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante
y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la
globalización de la indiferencia.
Con este deseo, aseguro mi oración para que todo
creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario
cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen
los guarde».