La Palabra
Como Moisés en el
desierto levantó la serpiente, así ha de ser levantado este Hombre, para que
quien crea en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su
Hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino tenga vida eterna. Dios
no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se
salve por medio de él. El que cree en él no es juzgado; el que no cree ya está
juzgado, por no creer en el Hijo único de Dios. El juicio versa sobre esto: que
la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz. Y es
que sus acciones eran malas. Quien obra mal detesta la luz y no se acerca a la
luz, para que no delate sus acciones. En cambio, quien procede lealmente se
acerca a la luz para que se manifieste que procede movido por Dios.
(Jn 3, 14-21)
El Comentario
“La luz vino al mundo”
La luz hace que podamos ver las cosas. Cuando vamos a
oscuras con vemos nada, pero si encendemos una luz, entonces vemos algo,
dependiendo de la intensidad de la luz.
Jesús es la luz que nos hace ver con claridad por donde
vamos, cual es el camino que hemos tomado y el que queremos seguir. Pero a la
luz no sólo vemos por donde caminamos, sino también vemos como somos, nuestros
defectos, manchas, nuestra forma de ser, nuestra realidad.
Lo que veamos puede gustarnos o no, y podemos optar por
mejorar, pedir ayuda, o simplemente, por apagar la luz, de nosotros depende.
¿Qué diría hoy Santa Teresa?
"Camino de
Perfección" 26,3.10: No os pido ahora que penséis en El ni que saquéis
muchos conceptos ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro
entendimiento; no os pido más de que le miréis. Pues ¿quién os quita volver los
ojos del alma, aunque sea de presto si no podéis más, a este Señor? (...) Haced
cuenta que ha muchos años que se ha ido de con su esposo, y que hasta que
quiera tornar a su casa es menester mucho saberlo negociar, que así somos los
pecadores: tenemos tan acostumbrada nuestra alma y pensamiento a andar a su
placer -o pesar, por mejor decir- que la triste alma no se entiende; que para
que torne a tomar amor a estar en su casa es menester mucho artificio, y si no
es así y poco a poco, nunca haremos nada. Y tórnoos a certificar que si con
cuidado os acostumbráis, que sacaréis tan gran ganancia que, aunque yo os la
quisiera decir, no sabré. Pues juntaos cabe este buen Maestro, muy determinadas
a deprender lo que os enseña, y Su Majestad hará que no dejéis de salir buenas
discípulas, ni os dejará si no le dejáis. Mirad las palabras que dice aquella
boca divina [en el Padre nuestro], que en la primera entenderéis luego el amor
que os tiene, que no es pequeño bien y regalo del discípulo ver que su maestro
le ama.
Una mirada a Roma
La importancia que los abuelos tienen en la familia y en la sociedad.
Ciertamente, se trata
de una etapa especial de la vida y, hasta cierto punto, novedosa, también para
la espiritualidad cristiana. Pero el Señor nos llama a seguirlo en todos los
momentos y circunstancias. Las personas mayores también tienen una misión que
cumplir y una gracia especial para llevarla a cabo.
El Evangelio de Lucas
nos habla de los ancianos Simeón y Ana, que estaban en el Templo de Jerusalén,
siempre atentos en espera de la venida del Mesías. Y, cuando lo reconocieron en
el Niño Jesús, recibieron nuevas fuerzas para bendecir a Dios con un hermoso
cántico de alabanza y anunciar la liberación a todo el pueblo.
Como ellos, los
abuelos de hoy están llamados a formar un coro permanente en el gran santuario
espiritual de nuestro mundo, a sostener con su oración e infundir ánimo con su
testimonio a cuantos luchan en el campo de la vida. La plegaria de los mayores
es un gran don para la Iglesia; y sus palabras, una inyección de sabiduría para
la sociedad, muchas veces ocupada en mil cosas y distraída de lo esencial.
El corazón de los
abuelos, libre de resentimientos pasados y de egoísmos presentes, tiene un
atractivo especial para los jóvenes, que esperan encontrar en ellos un apoyo
firme en su fe y sentido para su vida.