El hijo del carpintero ha construido un trampolín
para tocar el cielo
La Palabra
Ez 2,2-5 // Sal 122 // 2Co 12,7b-10
Saliendo de allí, se
dirigió a su ciudad acompañado de sus discípulos. Un sábado se puso a enseñar
en la sinagoga. Muchos al escucharlo comentaban asombrados: ---¿De dónde saca
éste todo eso? ¿Qué clase de sabiduría se le ha dado? Y, ¿qué hay de los
grandes milagros que realiza con sus manos? ¿No es éste el artesano, el hijo de
María, el hermano de Santiago y José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre
nosotros, sus hermanas? Y esto lo sentían como un obstáculo. Jesús les decía:
---A un profeta sólo lo desprecian en su tierra, entre sus parientes y en su
casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo sanar a unos pocos enfermos a
quienes impuso las manos. Y se asombraba de su incredulidad. Después recorría
los pueblos vecinos enseñando.
Mc 6,1-6
No dejes de amarnos
¡Qué extraño trato con Dios...!
¡Señor, concédeme esto!
¡Señor, que consiga tal cosa!
¡Señor, cúrame!
Como si Dios no supiera, mejor que nosotros,
lo que necesitamos.
¿Acaso el pequeño dice a su madre:
“Prepárame tal papilla”?
¿O el enfermo al médico:
“Recéteme tal medicina”?
¿Quién podrá decir si lo que nos falta
no es cosa peor que lo que tenemos?
Digamos, pues, tan sólo esta plegaria:
“Señor, no dejes nunca de amarnos...”
¡Señor, concédeme esto!
¡Señor, que consiga tal cosa!
¡Señor, cúrame!
Como si Dios no supiera, mejor que nosotros,
lo que necesitamos.
¿Acaso el pequeño dice a su madre:
“Prepárame tal papilla”?
¿O el enfermo al médico:
“Recéteme tal medicina”?
¿Quién podrá decir si lo que nos falta
no es cosa peor que lo que tenemos?
Digamos, pues, tan sólo esta plegaria:
“Señor, no dejes nunca de amarnos...”
Raoul Follereau.