domingo, 6 de noviembre de 2011

Domingo XXXII Ordinario A (06/11/11)

Sin tu aceite ni funcionamos ni iluminamos
La Palabra
Sb 6,12-16 // Sal 62 // 1Tes 4,13-17
Entonces el reinado de Dios será como diez muchachas que salieron con sus candiles a recibir al novio. Cinco eran necias y cinco prudentes. Las necias tomaron sus candiles pero no llevaron aceite. Las prudentes llevaban frascos de aceite con sus candiles. Como el novio tardaba, les entró el sueño y se durmieron. A media noche se oyó un clamor: ¡Aquí está el novio, salid a recibirlo! Todas las muchachas se despertaron y se pusieron a preparar sus candiles. Las necias pidieron a las prudentes: Dadnos algo de vuestro aceite porque se nos apagan los candiles. Contestaron las prudentes: A ver si no basta para todas; es mejor que vayáis a comprarlo a la tienda. Mientras iban a comprarlo, llegó el novio. Las que estaban preparadas entraron con él en la sala de bodas y la puerta se cerró. Más tarde llegaron las otras muchachas diciendo: Señor, Señor, ábrenos. Él respondió: Os aseguro que no os conozco. Por tanto, vigilad, porque no conocéis ni el día ni la hora.

Mt 25,1-13
El Comentario
“Vigilad”
Hoy podríamos hablar de estar preparados, de tenerlo todo apunto, de ser sensatos o necios de… pero hoy quiero hablar de vigilar. Es cierto que no  sabemos cuál será el día y la hora en la que seremos llamados a rendir cuentas de nuestros actos y por lo tanto, deberíamos estar cada día preparados para asumirlo.
Debemos pues vigilar cuales son nuestros actos y nuestras respuestas ante los demás. Vivimos en un mundo cambiante, en el que cada día nos enfrentamos a un nuevo desafío, pero debemos ser valientes y afrontar cada día ese nuevo reto al  que nos  enfrentamos (mi relación con el mundo y con los demás).
Debemos vigilar, no solo por nosotros, sino también cuáles son  las necesidades de los que nos rodean, cómo podemos hacerles la vida un  poco más sencilla, más llevadera. Nuestra misión en el mundo es una, anunciar la buena noticia. Nosotros debemos ser, no sólo portadores de esa bueno noticia sino también esa buena noticia. Nuestra sola presencia debe ser eso, una buena noticia para el que nos acoge, el que nos recibe. Nuestra actitud ante la vida no debe ser un simple pasar por ella, sino vivirla, y que aquellos que nos rodean sean capaces de sentir que esa alegría con la que nosotros la vivimos también les llega a ellos.
Vigilar pues, que no estemos tristes para los demás, que no somos una pesada carga, que… Lo reconozco, no es una tarea sencilla levantarse cada día por la mañana y decidir que  hoy, sin duda es un  gran día, que todo nos va a sonreír, que tenemos una  nueva oportunidad para hacer felices a los demás. No es necesario marcarse una gran meta, sino una pequeña y sencilla, sería suficiente sin nos fuésemos a la cama habiendo hecho feliz a una sola persona (familiares, amigos, conocidos e incluso a alguien a quien ni tan siquiera conocemos).
Vive la vida, que no sea ella la que te viva a ti.
¿Qué Celebramos?

Una vez nos han terminado de leer el Evangelio, el lector dice “¡Palabra del Señor!”, a lo que respondemos “¡Gloria a ti, Señor Jesús!”, con estas palabras damos a entender que realmente lo que acabamos de escuchar atentamente es la Palabra de Dios, que en verdad el Evangelio iba dirigido a nosotros, a cada uno de nosotros en particular. Es como si el mismo Jesús fuera el que en este momento nos lo está contando. Y nosotros quedamos admirados ante sus palabras.

En algunos lugares el sacerdote añade las siguientes palabras, aunque lo normal es que las pronuncie en secreto, no siempre es así, depende del sacerdote,  “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”, en referencia a que la lectura del Evangelio también borra nuestros pecados, aunque lo normal es acudir al Sacramento de la Reconciliación.