domingo, 24 de octubre de 2010

Domingo XXX Ordinario C (24/10/10)

Oración humilde del que reconoce su pecado
La Palabra
Eclo 35,15b-17.20-22a // Sal 33 // 2 Tim 4,6-8.16-18
Por algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, les contó esta parábola: ---Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, el otro recaudador. El fariseo, de pie, oraba así en voz baja: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador. Ayuno dos veces por semana y pago diezmos de cuanto poseo. El recaudador, de pie y a distancia, ni siquiera alzaba los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten piedad de este pecador. Os digo que éste volvió a casa absuelto y el otro no. Porque quien se ensalza será humillado y quien se humilla será ensalzado.
(Lc. 18, 9-14)
La Reflexión
Bueno, Jesús sigue como profundizando en el tema, si primero era dar GRACIAS y la pasada semana nos proponía que no desistiésemos en ello, mediante la Oración, esta nos indica como debe ser esta.
Esta debe ser sincera, no pide cosas complicadas, ni elaboradas, no hace falta rezar el rosario todos los días para ser el mejor (y no estoy diciendo que no lo hagas), sino que nos pide algo mucho más fácil, una comunicación sencilla, en la que uno vea lo que es y lo que vale, no en comparación con los demás, sino con Dios. Que lo ponga en sus manos y que confíe en Él.
Habrá días en los que nos sintamos con ánimos para ello y días en los que las fuerzas flaqueen. Para ello volvemos a insistir, como la pasada semana, en algo sencillo, el Padre Nuestro. No es necesario hacerlo completo, sino que con que meditemos en cada una de sus partes será suficiente, pueden decir tantas cosas, y sin embargo pasamos por el como cualquier otra cosa que hacemos por rutina. 
¿Y tú que haces?
Qué Celebramos
Las lecturas se distribuyen en dos ciclos, el año par y el impar, ajustándose lo más posible a criterios didácticos, esto sucede en las del Tiempo Ordinario, y no así en las del Tiempo Pascual, Cuaresma, Adviento, Navidad y Epifanía.
La primera lectura se toma principalmente del Antiguo Testamento y la segunda de las Cartas de Pablo y Católicas.
Debemos tener en cuenta que no se lee cualquier cosa, sino que es la palabra de Dios, que nos viene dada de lo alto, por esta razón la persona encargada de esta tarea se podrá en un lugar elevado, no solo para que se le vea o escuche, sino para darle este carácter de elevación.
El lector anuncia el título del libro que va a leer y comienza la lectura del mismo, que concluye diciendo “Palabra de Dios”, a lo que la Asamblea responde “¡Te alabamos, Señor!” 
EL RICO Y EL MENDIGO
Había una vez un rey rico y poderoso, dotado de gran inteligencia, y aún mayor soberbia. Tal era su orgullo, que nadie le parecía un rival digno para disfrutar de su afición favorita, el ajedrez, e hizo correr la voz de que daría la décima parte de sus riquezas a quien mostrara tener la dignidad suficiente. En cambio, si el rey no lo consideraba digno, sería decapitado de inmediato.
Muchos arriesgaron sus vidas desafiando al orgulloso rey. Fueran ricos o pobres, torpes o inteligentes, el rey los encontraba siempre indignos, pues o no eran sabios jugadores, o no podían rivalizar con su poder. Con el tiempo, desaparecieron los temerarios rivales, y el rey comprobó satisfecho que no había en la tierra nadie digno de enfrentarse a él.
Años después, un pobre mendigo se acercó a palacio con la intención de jugar contra el rey. De nada sirvieron las palabras de aquellos con quienes se cruzó, que trataban de evitarle una muerte segura, y consiguió llegar al rey, quien al ver su harapiento aspecto no podía creer que a aquel hombre se le hubiera pasado por la cabeza ser un digno rival suyo.
- ¿Qué te hace pensar que eres digno de enfrentarte a mí, esclavo?- dijo el rey irritado, haciendo llamar al verdugo.
- Que te perdono lo que vas a hacer. ¿Serías tú capaz de hacer eso?- respondió tranquilo el mendigo.
El rey quedó paralizado. Nunca hubiera esperado algo así, y cuanto más lo pensaba, más sentido tenían las palabras de aquel hombre. Si le condenaba a muerte, el mendigo tendría razón, y resultaría más digno que él mismo por su capacidad para perdonar; pero si no lo hacía, habría salido con vida, y todos sabrían que era un digno adversario... Sin haber movido una ficha, se supo perdedor de la partida.
- ¿Cómo es posible que me hayas derrotado sin jugar? Juegue o no juegue contigo, todos verán mi indignidad.- dijo el rey abatido.
- Os equivocáis, señor. Todos conocen ya vuestra infamia, pues no son las personas las indignas, sino sus obras. Durante años habéis demostrado con vuestras acciones cuán infame e injusto llegasteis a ser tratando de juzgar la dignidad de los hombres a vuestro antojo.
El rey comprendió su deshonra y, arrepentido de sus crímenes y su soberbia, miró al mendigo a los ojos. Vio tanta sabiduría y dignidad en ellos, que sin decir palabra le entregó su corona, y cambiando sus vestidos, lo convirtió en rey. Envuelto en los harapos de aquel hombre, y con los ojos llenos de lágrimas, su última orden como rey fue ser encerrado para siempre en la mazmorra más profunda, como pago por todas sus injusticias.
Pero el nuevo rey mostró ser tan justo y tan sabio, que sólo unos pocos años después liberó al anterior rey de su castigo, pues su arrepentimiento sincero resultó el mejor acompañamiento para su gran inteligencia, y de sus manos surgieron las mejores leyes para el sufrido reino.
Imagen de la Semana