Abismo de desigualdades
La Palabra
Am 6,1a.4-7 // Sal 145 // 1 Tim 6,11-16
Había un hombre rico, que vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y había un pobre, llamado Lázaro, cubierto de llagas y echado a la puerta del rico. que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamerle las llagas.
Murió el pobre y los ángeles lo llevaron junto a Abrahán. Murió también el rico y lo sepultaron. Estando en el lugar de los muertos, en medio de tormentos, alzó la vista y divisó a Abrahán y a Lázaro a su lado.
Lo llamó y le dijo: ---Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro, para que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua; pues me torturan estas llamas.
Respondió Abrahán: ---Hijo, recuerda que en vida recibiste bienes y Lázaro por su parte desgracias. Ahora él es consolado y tú atormentado. Además, entre vosotros y nosotros se abre un inmenso abismo; de modo que, aunque se quiera, no se puede atravesar desde aquí hasta vosotros ni pasar desde allí hasta nosotros.
Insistió el rico: ---Entonces, por favor, envíalo a casa de mi padre, donde tengo cinco hermanos; que los amoneste para que no vengan a parar también ellos a este lugar de tormentos.
Le dice Abrahán: ---Tienen a Moisés y los profetas: que los escuchen.
Respondió: ---No, padre Abrahán; si un muerto los visita, se arrepentirán.
Le dijo: ---Si no escuchan a Moisés ni a los profetas, aunque un muerto resucite, no le harán caso.
(Lc. 16, 19-31)
La Reflexión
La pasada semana hablábamos de no poder servir a dos dioses, sino de servir a Dios y de servirnos del dinero. Esta semana vemos cuales son las consecuencias. Mientras que el que sirve al dinero tiene todo cuanto quiere en este mundo, el que no puede ni servirse del dinero padece todo tipo de males y sufrimientos, es un despojo, nadie se apiada de él salvo los perros. Podríamos decir que lleva una “vida perra”.
Pero llegará un día en que todo tenga su sitio, y el que lo ha tenido todo en este mundo y no ha sabido repartir sufrirá, mientras que el que ya ha sufrido hallará consuelo. Es más nos hace saber que las desigualdades crean tal abismo en la tierra que se llega a reflejar en el cielo, donde es imposible el paso de un lugar a otro.
¿Creamos nosotros estas desigualdades?
Qué Celebramos La pasada semana leíamos el Gloria. Es un himno de la iglesia primitiva que se repite durante el año, salvo en la Cuaresma y el Adviento.
Comienza recordándonos el nacimiento de Jesús con el canto de los ángeles el día de Navidad. Pero además de esto nos recuerda algunos de los Títulos de Dios Padre, para que seamos conscientes de quien el Él y quienes nosotros. Además también recordamos al Hijo, por medio del cual pedimos las gracias al Padre.
Gloria también es lo que Dios nos ha revelado (La Gloria de Dios) que nos supera y nos deslumbra, de la cual solo intuimos alguna pequeña parte.
Tras el Gloria viene un “Oremos” en la que la comunidad por medio del celebrante expresa las alegrías, emociones, logros, tristezas, pesares… que queremos presentar al Padre, para darle gracias o para pedirle alguna cosa. Con esta oración terminan los ritos introductorios.
EL CIELO Y EL INFIERNO
Cierto día, un sabio visitó el infierno. Allí vio a mucha gente sentada en torno a una mesa ricamente servida. Estaba llena de alimentos, a cual más apetitoso y exquisito. Sin embargo, todos los comensales tenían cara de hambrientos y el gesto demacrado. Tenían que comer con palillos; pero no podían, porque eran unos palillos tan largos como un remo. Por eso, por más que estiraban su brazo, nunca conseguían llevarse nada a la boca.
Impresionado, el sabio salió del infierno y subió al cielo. Con gran asombro, vio que también allí había una mesa llena de comensales y con iguales manjares. En este caso, sin embargo, nadie tenía la cara desencajada; todos los presentes lucían un semblante alegre; respiraban salud y bienestar por los cuatro costados. Y es que allí, en el cielo, cada cual se preocupaba de alimentar con los largos palillos al que tenía enfrente.
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