domingo, 1 de febrero de 2015

IV Domingo Ordinario B


(Jornada Mundial de la Vida Consagrada)

IV Domingo Ordinario B


La Palabra

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a Cafarnaún y, cuando llegó el sábado, Jesús entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Todos quedaban impresionados por sus enseñanzas, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los maestros de la ley. Estaba allí, en la sinagoga, un hombre poseído por un espíritu impuro, que gritaba:
—¡Jesús de Nazaret, déjanos en paz! ¿Has venido a destruirnos? ¡Te conozco bien: tú eres el Santo de Dios!
Jesús lo increpó, diciéndole:
—¡Cállate y sal de él!
El espíritu impuro, sacudiéndolo violentamente y dando un gran alarido, salió de él. Todos quedaron asombrados hasta el punto de preguntarse unos a otros:
—¿Qué está pasando aquí? Es una nueva enseñanza, llena de autoridad. Además, este hombre da órdenes a los espíritus impuros, y lo obedecen.
Y muy pronto se extendió la fama de Jesús por todas partes en la región entera de Galilea.

(Marcos 1, 21-28) 

El Comentario

Las enseñanzas y curaciones de Jesús gozan de una gran popularidad entre la gente. Rodeado de sus discípulos, Jesús lleva a cabo una gran actividad. Se mueve trascendiendo el ámbito religioso, llegando al ámbito de lo privado y lo profano. Lo hace con una autoridad que suscita el interrogante hacia su persona. Manifestando su poder divino al unir la palabra a las acciones curativas.
Nuestro seguimiento no debe centrarse ni fundamentarse en estos momentos de aparente éxito, sino en una fe que incluye la pasión y la muerte. También la resurrección.
Señor, aumenta nuestra fe para que te sigamos fielmente en comunidad. Que tu palabra y tu persona adquieran autoridad en mi corazón y en mi vida para acoger la salvación de Dios.

A cada día su afán

José-Román Flecha Andrés 31/01/2015

El día 2 de febrero se celebra la presentación del niño Jesús en el Templo y la purificación de María, de acuerdo con lo prescrito por la Ley de Moisés. Ambos acontecimientos evangélicos son un motivo suficiente para celebrar en ese día la Jornada de la vida consagrada, de especial relieve en este año dedicado precisamente a la Vida Consagrada.
Esa opción de vida nos es bien conocida. O debería serlo. Como ha dicho el Concilio Vaticano II, «desde los principios de la Iglesia hubo hombres y mujeres que se propusieron seguir a Cristo con mayor libertad por la práctica de los consejos evangélicos, e imitarle más de cerca, y cada uno a su manera llevaron una vida consagrada a Dios.»
Seguramente hemos leído algo sobre el monacato antiguo. Recordamos el nacimiento de las órdenes mendicantes, el heroísmo de las órdenes dedicadas a la redención de los cautivos o al cuidado de los enfermos. Conocemos las modernas congregaciones religiosas y su dedicación a las misiones y a la enseñanza, Y somos testigos de las nuevas formas de consagración que el Espíritu ha suscitado en la Iglesia.
A veces se oye preguntar qué hacen los religiosos y religiosas o, más en general, las personas consagradas. La pregunta por lo que hacen no es la más adecuada, porque hacen de todo en la Iglesia y en la sociedad. Sería más oportuno preguntarse cómo y por qué lo hacen, para descubrir que lo hacen todo siguiendo el espíritu de Jesucristo.
Las personas consagradas dedican su vida a afirmar a Dios y su señorío. Viviendo a la escucha de la Palabra de Dios, nos ayudan a comprender al hombre como una unidad fundamental de cuerpo y espíritu, nos proponen el ideal del triunfo sobre las apetencias nocivas y nos muestran la vida fraternal de la comunidad como maqueta para una sociedad justa.
Las personas consagradas dedican su vida a la afirmación de la verdad, la bondad y la belleza, a la transmisión de la fe en culturas diversas. Nos exhortan a la conversión a lo esencial y nos indican los caminos de la evangelización y de la liberación, de la paz y del progreso.
Su amor a Dios y su fidelidad a la llamada de Dios nunca han apartado a las personas consagradas de su fidelidad y amor a las personas concretas. Han colaborado como nadie en la transmisión de la cultura, aprendiendo las lenguas de todos los pueblos, promoviendo las ciencias, la técnica y las artes.
Las personas consagradas nos enseñan a escuchar la voz de los sin-voz, a redescubrir la dignidad de la persona, la fraternidad humana y la comunión eclesial. Por medio del anuncio, la denuncia y la renuncia nos muestran el valor de la gratuidad y la gratitud, dan razón de la esperanza y dan esperanza a la razón.
Y, prestando atención al Espíritu, nos recuerdan, con su palabra y sus silencios, con su vida y su testimonio, que Cristo es el verdadero modelo para la vida del hombre y la fuente de la verdadera alegría.