Nos envía de dos en dos
La Palabra
Ez 17, 22-24 // Sal
91 //
2Cor 5, 6-10
Les
dijo: ---El reinado de Dios es como un hombre que sembró un campo: de noche se
acuesta, de día se levanta, y la semilla germina y crece sin que él sepa cómo.
La tierra por sí misma produce fruto: primero el tallo, luego la espiga, y
después el grano en la espiga. En cuanto el grano madura, mete la hoz, porque
ha llegado la siega. Dijo también: ---¿Con qué compararemos el reinado de Dios?
¿Con qué parábola lo explicaremos? Con una semilla de mostaza: cuando se
siembra en tierra es la más pequeña de las semillas; después de sembrada crece
y se hace más alta que las demás hortalizas, y echa ramas tan grandes que las
aves del cielo pueden anidar a su sombra. Con muchas parábolas semejantes les
exponía la Palabra, conforme a lo que podían comprender. Sin parábolas no les
exponía nada; pero aparte, a sus discípulos les explicaba todo.
(Mc
4, 26-34)
Tu mano fértil
Sin que sepas
cómo,
en las llagas de
tu mano endurecida de fatigas
y amarga de
lágrimas
se haya sembrada
una semilla de esperanza.
Miras y no puedes
verla
porque miras sin
fe,
con la
impaciencia
de quien pretende
ordenar al sol que amanezca
o a los cielos
que asperjen la lluvia
con un hisopo de
nubes indomables.
Confiar es la
espera más inhóspita
porque supone
mirar en la negrura de la noche,
andar sin
horizonte amigo,
hablar sin
escuchar las palabras engendradas,
dormir en un
lecho del que arrancaron los sueños.
y no vende su
alma por una corona de laurel marchito,
la espera es una
nana que deviene en sinfonía,
un silencio que
se torna voz de amigo,
una estrella que
rasga la noche y nos enciende el alma.
Sin que sepas
cómo,
las llagas de tu
mano,
como surcos de
victoria y alegría,
serán como un
vientre que engendra los anhelos más hermosos;
y tras un tiempo
de espera y letanías,
la justicia y la
paz serán cosecha
con la que saciar
para siempre
el hambre y la
sed que amordaza nuestro aliento.