domingo, 17 de junio de 2012

Domingo XI Ordinario (B) (17/06/2012)

Nos envía de dos en dos
La Palabra

Ez 17, 22-24  //  Sal 91  //  2Cor 5, 6-10
Les dijo: ---El reinado de Dios es como un hombre que sembró un campo: de noche se acuesta, de día se levanta, y la semilla germina y crece sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce fruto: primero el tallo, luego la espiga, y después el grano en la espiga. En cuanto el grano madura, mete la hoz, porque ha llegado la siega. Dijo también: ---¿Con qué compararemos el reinado de Dios? ¿Con qué parábola lo explicaremos? Con una semilla de mostaza: cuando se siembra en tierra es la más pequeña de las semillas; después de sembrada crece y se hace más alta que las demás hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar a su sombra. Con muchas parábolas semejantes les exponía la Palabra, conforme a lo que podían comprender. Sin parábolas no les exponía nada; pero aparte, a sus discípulos les explicaba todo.
(Mc 4, 26-34)
Tu mano fértil
Sin que sepas cómo,
en las llagas de tu mano endurecida de fatigas
y amarga de lágrimas
se haya sembrada una semilla de esperanza.
Miras y no puedes verla
porque miras sin fe,
con la impaciencia
de quien pretende ordenar al sol que amanezca
o a los cielos que asperjen la lluvia
con un hisopo de nubes indomables.
Confiar es la espera más inhóspita
porque supone mirar en la negrura de la noche,
andar sin horizonte amigo,
hablar sin escuchar las palabras engendradas,
dormir en un lecho del que arrancaron los sueños.
Pero para quien no se resigna a la tiranía del abrazo hipócrita
y no vende su alma por una corona de laurel marchito,
la espera es una nana que deviene en sinfonía,
un silencio que se torna voz de amigo,
una estrella que rasga la noche y nos enciende el alma.
Sin que sepas cómo,
las llagas de tu mano,
como surcos de victoria y alegría,
serán como un vientre que engendra los anhelos más hermosos;
y tras un tiempo de espera y letanías,
la justicia y la paz serán cosecha
con la que saciar para siempre
el hambre y la sed que amordaza nuestro aliento.