Gn 22, 1-2.9-13.15-18 // Sal 115 // Rom 8,31b-34
Seis días más tarde tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. Delante de ellos se transfiguró: su ropa se volvió de una blancura resplandeciente, tan blanca como nadie en el mundo sería capaz de blanquearla. Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: ---Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a armar tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías --No sabía lo que decía, pues estaban llenos de miedo--. Entonces vino una nube que les hizo sombra, y salió de ella una voz: ---Éste es mi Hijo querido. Escuchadle. De pronto miraron en torno y no vieron más que a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban de la montaña les encargó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que aquel Hombre resucitara de la muerte. Ellos cumplieron aquel encargo pero se preguntaban qué significaría resucitar de la muerte.
(Mc 9,2-10)
El Comentario
Enciende la luz
La Cuaresma nos invita a mirar de una forma diferente a la realidad, a las personas que nos rodean y a nosotros mismos. Es tiempo de encender luces donde la vida no proyecta más que sombras.
No puedes cambiar tus ojos por otros que vean mejor, pero sí puedes dejar que la luz que rodea a Jesús ilumine tu realidad para que puedas ver con más claridad. Esa luz difumina tus sombras, hasta hacerlas desaparecer, avisa los colores y les otorga matices; te descubre detalles del mundo en los que, hasta ahora, quizá ni te habías fijado.
Esta semana guarda un momento para permanecer a oscuras en tu habitación. Descubre lo poco que puedes percibir. Luego enciende una vela y observa que es diferente; enciende una segunda vela y observarás nuevos detalles; si tienes una tercera, enciérrala después y verás que algo cambia. Cuantas más velas enciendas, más matices nuevos descubrirás.
Jesús, ilumine con la luz que nace de ti, ilumina a mi alrededor para que sepa que no hay ningún lugar oscuro al que no pueda llegar, si voy contigo.