domingo, 19 de junio de 2011

Santísima Trinidad A (19/06/11)


La Palabra
Ex 34,4b-6.8-9 // Sal Dan 3,52-56 // 2Cor 13,11-13
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él. El que cree en él no es juzgado; el que no cree ya está juzgado, por no creer en el Hijo único de Dios.
(Jn 3,16-18)
Gracias por el Amor
“Era un matrimonio pobre. Ella hilaba a la puerta de su choza pensando en su marido. Todo el que pasaba se quedaba admirado de la belleza de su cabello negro, muy largo, como hebras brillantes salidas de su rueca de hilar. Él iba cada día al mercado con algunas frutas y hortalizas sacadas con esfuerzo de su pequeño huerto. A la sombra de un árbol se sentaba a descansar, sujetando entre los dientes su pipa vacía. No llegaba el dinero para comprar un poco de tabaco...
Se acercaba el día del aniversario de la boda y ella no cesaba de preguntarse qué podría regalarle a su marido. Y además, ¿con qué dinero? Una idea cruzó su mente. Sintió un escalofrío al pensarlo: vendería su pelo para comprarle tabaco. Ya imaginaba a su marido en la plaza, sentado ante sus frutas, dando largas bocanadas a su pipa.
Sólo obtuvo por su pelo unas cuantas monedas, pero escogió con gran cuidado el más fino estuche de tabaco. El perfume de aquellas hojas arrugadas y la imagen de su marido feliz, compensaba largamente el sacrificio de su pelo.
Al llegar la tarde, regresó su marido. Venía cantando por el camino. Traía en la mano un pequeño envoltorio: eran unos peines de nácar para su bonita mujer, que acababa de comprar tras vender su vieja pipa en el mercado...
Abrazados, rieron hasta el amanecer”.