domingo, 16 de enero de 2011

Domingo II Ordinario A (16/01/11)


“Juan Bautista, el testigo”.
La Palabra
Is 49,3.5-6 // Sal 39 // 1Cor 1,1-3

Al día siguiente Juan vio acercarse a Jesús y dijo: ---Ahí está el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. De él yo dije: Detrás de mí viene un varón que es más importante que yo, porque existía antes que yo. Aunque yo no lo conocía, vine a bautizar con agua para que se manifestase a Israel. Juan dio este testimonio: ---Contemplé al Espíritu, que bajaba del cielo como una paloma y se posaba sobre él. Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquél sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Yo lo he visto y atestiguo que él es el Hijo de Dios.
(Jn 1, 29-34)

La Reflexión
Hemos terminado el tiempo de Navidad y volvemos a la rutina, nos instalamos en el tiempo Ordinario, en el que a lo largo de las semanas iremos viendo en un proceso la vida de Jesús. 
Hoy, como la semana pasada se nos presenta el Bautismo de Jesús.
Jesús, al igual que todos nosotros también se bautizó.
Pero, ¿qué es lo que llama la atención en este Evangelio de hoy? Yo creo que es el testimonio de Juan el Bautista.
Juan era una persona importante, ya que era un profeta, el último, el que anunciaba que el Mesías estaba cerca, ¡y tanto!.
Pero pese a eso sabe que no es nada, que él es importante no por lo que es, sino por lo que anuncia, por Jesús.
Juan fue valiente y salió a dar testimonio del que venía, a anunciar una buena noticia, a anticiparnos que otro mundo era posible, que había que convertirse, que cambiar, que…
Y cuando se presentó ante él Jesús, fue capaz de dejarle a él todo el protagonismo, de hacerse humilde, de…
¿Y nosotros, somos testigos de Jesús?

¿Qué Celebramos?
Antes de iniciar la lectura del Evangelio suele hacerse una procesión , un camino hacia la fuente de vida, en el que se porta el evangeliario, que no es un libro cualquiera, ya que en él se encuentra la Palabra de Vida eterna, porque es la Palabra de Dios.
Pero no es solo esto, también cambia la persona que lo va a leer, ya no es un lector, sino que el encargado de leerlo será el sacerdote o el diácono, al menos en las parroquias donde la celebración está presidida por estos.
Antes de proclamar el Evangelio, el diácono pide la bendición del Sacerdote, que pronuncia las siguientes palabras “El Señor esté en tu corazón y en tus labios para que anuncies dignamente su Evangelio”.