El Señor es nuestro pastor
La Palabra
Hch 4,8-12 // Sal 117 // 1Jn 3, 1-2
Yo
soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El
asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo,
escapa abandonando las ovejas, y el lobo las arrebata y dispersa. Como es
asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor: conozco a las
mías y ellas me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco al
Padre; y doy la vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no pertenecen
a este corral; a ésas tengo que guiarlas para que escuchen mi voz y se forme un
solo rebaño con un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy la
vida, para después recobrarla. Nadie me la quita, yo la doy
voluntariamente. Tengo poder para darla y para después recobrarla. Éste es el
encargo que he recibido del Padre.
(Jn
11, 10-18)
El Comentario
Tengo
otras ovejas que no pertenecen a este corral…
Jesús
una vez más se nos presenta como el Buen Pastor, aquél que ha sido capaz de dar
la vida, no solo por sus amigos, sino también por aquellos que no lo conocen, y
sin embargo forman parte de su rebaño, de aquél que se le entregó para que le
librara de los lobos, pero a qué precio?
Jesús
pagó con su vida el ataque de los lobos, de aquellos que se supone nos van a
librar de todos los males y que son los servidores del Pueblo, y sin embargo,
estos sólo miraban por su bienestar y su seguridad, y cuando alguien se puso en
su contra e hizo tambalearse los cimientos, lo mataron, pero Él lo hizo
gustoso, sabiendo que sería ejemplo para todos, sus ovejas y las que no eran de
Él. Hoy, más de dos mil años después seguimos celebrando este acontecimiento,
pero no nos quedamos aquí, sino que también celebramos la Pascua, que es un
ejemplo para todos de que nos pongan las cosas como nos las pongan, al final,
tendremos la recompensa, esto no es el final, sino parte de un camino, y para
recorrerlo sólo hemos de seguir lo que nos indica el Buen Pastor.
MENSAJE URBI ET ORBI DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
Domingo de Pascua, 2012 (2/4)
Pero
María Magdalena, como los otros discípulos, han tenido que ver a Jesús
rechazado por los jefes del pueblo, capturado, flagelado, condenado a muerte y
crucificado. Debe haber sido insoportable ver la Bondad en persona sometida a
la maldad humana, la Verdad escarnecida por la mentira, la Misericordia injuriada
por la venganza. Con la muerte de Jesús, parecía fracasar la esperanza de
cuantos confiaron en Él. Pero aquella fe nunca dejó de faltar completamente:
sobre todo en el corazón de la Virgen María, la madre de Jesús, la llama quedó
encendida con viveza también en la oscuridad de la noche. En este mundo, la
esperanza no puede dejar de hacer cuentas con la dureza del mal. No es
solamente el muro de la muerte lo que la obstaculiza, sino más aún las puntas
aguzadas de la envidia y el orgullo, de la mentira y de la violencia. Jesús ha
pasado por esta trama mortal, para abrirnos el paso hacia el reino de la vida.
Hubo un momento en el que Jesús aparecía derrotado: las tinieblas habían
invadido la tierra, el silencio de Dios era total, la esperanza una palabra que
ya parecía vana.
Y
he aquí que, al alba del día después del sábado, se encuentra el sepulcro
vacío. Después, Jesús se manifiesta a la Magdalena, a las otras mujeres, a los
discípulos. La fe renace más viva y más fuerte que nunca, ya invencible, porque
fundada en una experiencia decisiva: «Lucharon vida y muerte / en singular
batalla, / y, muerto el que es Vida, triunfante se levanta». Las señales de la
resurrección testimonian la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre
el odio, de la misericordia sobre la venganza: «Mi Señor glorioso, / la tumba
abandonada, / los ángeles testigos, / sudarios y mortaja».